Dice el dicho popular que «todos los santos tienen octava», asi que como no va a tenerla nuestra Virgen de la Paz. En el tiempo que llevo escribiendo estos «poyetes», el mes de enero ha sido, especialmente, el momento para recordar todo lo que tiene relación entre la Virgen de la Paz y Villarta. Era como si hubiese querido significar y poner como ejemplo nuestro refrán «De Paces a Paces». Y de pronto me doy cuenta de que muy pocas veces he hablado de ciertas cosas, quizás porque he considerado que merecían algo especial. Pero creo que aunque sea cierto ese merecimiento mas amplio, es conveniente hablar de los que siempre hemos sentido durante estos días y que lo vamos rumiando antes y después de la Paz, como cosa íntima y particular, aún sabiendo que el tiempo no pasa en balde.
Hace tiempo, en el periódico La Vanguardia de Barcelona leí una noticia publicada el 6 de enero de 1973, en el que se publicaba una información remitida por el corresponsal de dicho periódico en Ciudad Real, Miguel García de la Mora sobre las fiestas que se celebraban en Villarta de San Juan en honor de la Virgen de la Paz. (Aunque hable en concreto de Cataluña porque en aquel momento pensé que mucha gente de los Villarteros que estaban allí lo habrían leido, hoy, terminando el mes de enero de 2022, quiero recordar un poco la carta que escribí al peridodico y que por cierto no publicaron, indicando donde decía villarteros en Cataluña o villarteroscatalanes quería decir y así digo villarteroscatalanes o villarterosvascos o villarterosvalenciano o villarterosdetodoel mundo. Desde que los primeros villarteros salieron de Villarta, prácticamente en el mismo momento en que las casi desconocidas máquinas, -los tractores- los apartaba de sus mulas, de sus campos, de su trabajo habían transcurrido bastantes años. Habían ocurrido muchas cosas en su apresurado abandono de Villarta buscando una nueva vida en otros lugares y poco a poco fueron encontrando en esas tierras extrañas el bienestar (o el mediobienestar) que no tuvieron en su pueblo. Fueron tiempos duros para ellos pero con paciencia y mucha sacrificio y esfuerzo fueron saliendo adelante y hoy sus descendientes, sin olvidar ni renunciar a su origen, sienten esas tierras como suyas. En estos días próximos que han pasado algo, a pesar de su ya avanzada edad, les ha vuelto a sus orígenes: las fiestas patronales de aquel pequeño pueblo manchego del que hace tiempo salieron. En estos días, sus «Paces» se le han volcado a la memoria. Quizás alguna nieta, llamada Pau o como se diga Paz allá donde vivan, se acomode próxima a los abuelos para escuchar de sus labios cosas de antes; cómo empezaron a salir los dos en plan de casi novios un día de San Ildefonso, al terminar la hoguera o como el día de la Paz, estuvieron en la procesión, él tirando cohetes y ella junto a la Virgen, llorando y con miedo. La verdad es que la nieta sabe la historia de memoria, pera esta conversación, en ese día, se ha convertido ya en una tradición y a ella, a la nieta, le gusta verse reflejada en los húmedos ojos de sus abuelos. Fotos cariñosamente guardadas y ya algo ajadas por el tiempo, vuelven a pasar de manos de los abuelos a la nieta y ella vuelve a preguntar por esos personajes anónimos que en ellas aparecen y qye ya son, para ella, reconocibles y próximos. Y así un año y otro,… Quizás en alguna ocasión cuando sea mayor y sea posible viaje a ese pueblo, a ese lugar de la Mancha, -para ella entrañable-, y reconocer esas fiestas que tanto conoce sin haberlas visto.
Hace no mucho murieron sus abuelos y la nieta ya con nietos, en el mismo lugar que sus abuelos sin haber podido conocer, aún, el viejo pueblo manchego, va a cumplir con el ritual que hace tiempo, ellos los abuelos, iniciaron. Pero en la distancia, desde ese pueblo desconocido por ella, no queremos que se sienta sola, queremos compartir con ella las fiestas que su abuelo José tanto añoró. Es nuestra obligación acorfarnos de ellos, esos parientes lejanos, cuando las llamas de la hoguera suban hasta el cielo; sentir con ellos el calor de sus brasas que aún mantienen encendidas en su corazón; esperar, pensando en ellos, la salida de su Virgen de la Paz a la pequeña plaza; imaginar que la sombra que, en esa mañana soleada, generalmente soleada, se dibuja en la calle o en las blancas paredes, son las suyas y nosotros viviendo junto a años los años de ausencia en la procesión nunca olvidada.
A todos vosotros que la vida os llevó a otros lugares, a vuestros descendientes, que han vivido gracias a vuestra memoria, el recuerdo de los que aquí quedamos. En el compromiso solidario de mantener nuestras fiestas, ¡vuestras fiestas!, tal y como las dejásteis y en la esperanza de veros junto a esa nieta, -quizás, por qué no, llamada Pau-, que pueda vivir lo que tantas veces os oyó contar. Villarteros de Cataluña, de Valencia (Almáserra y tantos otros pueblos), Villarteros de Madrid, de España y de Dios sabe en que lugares, Villarteros nuestro mas entrañable recuerdo.
Y ya cercanos, aquí en Villarta, me gustaría hablar de el hecho de bajar a la Virgen de su camerino para presentarlas con lo mejor que de ella tienen en sus andas, es el momento crucial de unas mujeres, en cualquiera de sus «Paces», para dejar a la Virgen cerca, muy cerca de sus hijos. Y ese estar cerca de sus hijos, va a ser posible gracias a las manos amorosas de sus camareras presentando a la Virgen cada vez más humana, cercana y !Madre!. Y ella, la Virgen, permite que unas manos calmadas y emocionadas le quiten la grandeza de su corona y deje al aire la cabellera esplendorosa que, quizás, alguna villartera se dejó crecer durante mucho tiempo para después cortarla y así ofrecersela a la Madre. Unas manos que con sumo cuidado recogen y limpian las pequeñas joyas, cada una de las cuales, -de forma anónima-, tienen tras de si una historia de cariño irrepetible. Unas manos que con sumo cuidado limpian el rostro que durante el resto de el año no será visto por tantos hijos tan cerca como ellas lo tienen. Posiblemente, esa mano, -sin darse cuenta-, pero con mucho amor, esté limpiando alguna que otra lágrima de las que durante todo el año habrá derramado la Virgen al ver nuestros olvidos. Tambien hay algunos hombres de la Hermandad que acunándola entre sus manos la van a depositar con suma delicadeza en el trono de sus andas. Se que ellas, las camareras, no necesitan agradecimiento alguno, porque para ellas el poder estar ahi, junto a ella, con sus mandiles que hicieron ellas mismas hace muchos años para lucirlos en ese momento y solo junto a la Virgen, es su mayor honor. Pero este acto tan íntimo que quedó plasmado en el libro «Paces», gracias a la Hermandad y a las Camareras de la Virgen, supone el primer momento y la mejor expresión de amor de la gente de Villarta. Al final, dando algún retoque, estirando un poco el manto, colocando mejor ese alfiler o esas alianzas, se pondran delante de ellas para tener siempre junto a ellas ese momento, mientras alguna de ella, intenta sujetar la lágrima que quiere caer por su rostro. Las «Paces» están llenas de lágrimas pero ¡Qué lágrimas!.
[Durante esa noche fría de enero, la Virgen se ha dejando desprender de todo; poco a poco, se ha ido poniendo, cada vez mas en manos de sus hijas. La emoción de ser, por un instante, las manos de la Madre no va a ser sino un acto de cariño como si ni siquiera tocaran a la Madre. Hay fotos que describen, mejor que mis palabras, este momento que se irá repitiendo año tras año cuando muchas manos de villarteras den fe del amor que en Villarta tienen a su Virgen de la Paz].