En un «poyete» anterior comentábamos que volveríamos a hablar de noviazgos y «casorios» y en esa estamos; pero ya un poco avanzados cuando lo de la boda está practicamente acordado y hay que empezar con los preparativos y cuestiones legales, sobre todo de la Iglesia. Está claro que en este proceso los novios están en una nube y sin pensar lo que se le viene encima, porque para todos estos asuntos están los padres, que son los que se encargarán de todo el proceso. Nosotros vamos a hablar en este «poyete» de «casorios» antiguos y todo lo que conllevaba en aquellos momentos.
Fotografias de mujeres, más o menos jóvenes dedicadas a sus labores. bordando, cosiendo, quien sabe si preparando el ajuar. La última de las fotografias, era el grupo de mujeres que tambien cosían y bordaban junto a su «maestra», María. De las que aparecen en esa fotografía aún vive Gloria y de los chicos creo que el de la izquierda es Mameño tabasco y el último de la derecha, José Menchero Torres. (Salvo error) (Archivo Personal)
Hace ya bastante tiempo que los novios siguen hablando en la puerta de la calle ( lo de hablar en la reja no era muy frecuente), ya de forma mas que formal, incluso los paseos de los domingos por la tarde, se hacen acompañados de menos amigas de la novia y algo muy importante: hace poco un familiar muy próximo de la novia, se acercó deprisa al novio cuando ya se «desemparejaba» [Deshacer la pareja], como era frecuente y usual a la vista de un familiar, para decirle que ya no hacía falta que dejara a la novia y que incluso su futuro suegro le había comentado que ya no hacia falta tantos «requilorios» [Rodeo o formalidad innecesaria para decir o hacer una cosa, según la RAE]. Incluso la madre de la novia les quitó la vigilancia del pequeño de la casa y le mandó decir al novio que si quería podía pasar al portal de la casa, en vez de estar en la puerta de la casa, ¡que ya eran muchos años!. El futuro casamiento había empezado a dar los primeros pasos. La novia tenía ya prácticamente preparado la parte importante del «ajuar«: mantelerias, ropa de cama, ropa interior, etc.; verderamente la novia desde la escuela, donde su maestra le había enseñado los primeros pasos de la aguja, la novia había empleado todas las tardes en ir bordando y cortando esa ropa que luego, en los días previos a su boda, perfectamente planchada y bien colocada en las camas, enseñaba a sus amigas o otras mujeres de confianza. El novio, en este aspecto, debía soportar un poco la dedicación plena de su novia a dar los últimos remates. ¡Hija mia, deja de coser un poco que te vas a dejar los ojos en la costura! La verdad es que el novio tambien tenía lo suyo los días que tenía libres los empleaba en ir arreglando las habitaciones que les habían dejado los padres para vivir y sobre todo ver la forma de ir haciendo, poco a poco, su casa.
Los padres de la novia tambien tenían algún que otro tema que resolver, para llegar al «reconocimiento» con todo detallado. De todo ello el principal era la «dote«. La dote era la aportación femenina de bienes materiales destinada a cubrir o contribuir, al menos, a las cargas del matrimonio. Si los padres de la novia tenían varios hijos la dote podía consistir en una parte de la herencia que le correspondía a la novia como «la legítima» de la herencia que algún día habría de recibir. Este hecho ya fuera cuantiosa la cantidad o no muy significativa, era indudable que era un hecho simbólico, aunque en realidad era un avance de lo que podía suponer la herencia, por tanto el importe además de no superar «la legítima» debía ser de igual cantidad para todas las hermanas. En nuestro «poyete» del 12 de octubre de 2016, «Vamos de particiones», hacíamos referencia a todos estos temas a la vista de la partición extrajudicial practicada de los bienes de Victorio Solano y Villalba practicada el día 8 de mayo de 1868 y que correpondía a la partición extrajudicial de los bienes relictos [los que dejó alguien o quedaron de él a su fallecimiento] que han quedado por el fallecimiento de Victorio Solano y Villalba entre sus hijos Julián e Inés, Victor, Dolores, Eulogia y Dionisia, habidos los dos primeros en su primer matrimonio y los cuatro siguientes en el tercer matrimonio y su viuda en cuartas nupcias María Navas y Moraleda«. En el testamento que hizo el citado Victorio figuran las dotes que había percibido de los padres de sus difuntas esposas y por muerte de ellas había repartido a sus hijos los que quedaba de ellos. En el caso, concreto, de la dote de su segunda mujer Juana Antonia Camacho, al fallecer sin hijos, y aunque no cita el importe si cita que se los devolvió al padre de la citada Juana María, Agustín Camacho. Lo que si es más amplio es la referencia a los bienes de su viudad. En este caso en el testamento cita que cuando se casó con su actual mujer, María Navas Moraleda, aportó esta al matrimonio, en ropas, trastos, y algún dinero como unos mil cien reales (dote de la novia ).
Resuelto el tema de la dote había que entrar ya en el tema burocrático de la boda que había de empezar por el «reconocimiento» que podríamos definir como el acto de acuerdo de las dos familias de novios para fijar fechas y otros temas de indole económica que ya se habían discutido entre ambas familias pero que en el citado acto de reconocimiento se hacía público para conocimiento de todo el mundo. La fecha del reconocimiento debía preveer la fecha de matrimonio ya que para poder oficiar la ceremonia del mismo tenía que, previamente, realizarse las «amonestaciones»: El Concilio de Trento hizo una ley obligando a la publicación de las proclamas, concebida en estos términos: «Por esta razón según lo dispuesto en el Concilio de Letrán celebrado bajo Inocencio III, manda el santo concilio que en lo sucesivo antes que se contraiga el matrimonio, proclame el cura propio de los contrayentes públicamente por tres veces, en tres días de fiesta seguidos, en la iglesia mientras se celebra la misa mayor quiénes son los que han de contraer matrimonio y hechas estas amonestaciones se pase a celebrarlo en faz de la Iglesia, si no se opusiere ningún impedimento legítimo. Y si en alguna ocasión hubiese sospechas fundadas de que se podrá impedir maliciosamente el matrimonio, si preceden tantas amonestaciones, hágase solo una en este caso o al menos celébrese a presencia del párroco y de dos o tres testigos. Después de esto y antes de consumarlo se han de hacer las proclamas en la iglesia para que mas fácilmente se descubra si hay algunos impedimentos a no ser que el mismo ordinario tenga por conveniente que se omitan las mencionadas proclamas; lo que el santo concilio deja a su prudencia y juicio».
Esta declaración personal de los novios se sigue realizando en la actualidad aunque la misma se hace mediante un anuncio en el tablón de anuncios de la iglesia respectiva. En otros tiempos en que la obligatoriedad de la asistencia a misa era, en el caso de los novios y con esta misión, en la misa principal, -misa de las doce-, y con asistencia de los novios, suponía el primer hecho social de lo que sería un nuevo patrimonio. Y como mínimo tenía que celebrase el matrimonio no antes de tres semanas de la publiccion de las citadas amonestaciones. En el Reconocimiento ya se debía llevar acordado el día de la boda, en un primer festejo que se celebraría en casa de los padres de la novia acompañados estos de su familiares más próximos y amigos, según la conveniniencia de los padres. A esa casa acudían los padres del novio, igualmente acompañados de familiares y amigos. El acto con celebración e invitación se abría con la entrega de la dote de la novia por sus padres, así como un regalo de los padres del novio para la novia (alguna sortija, pulsera o collar) según las posibilidades de la familia. En el acto estaban presentes los padrinos de boda que, aunque no exitiera una norma estable, normalemente eran, por parte de la familia del novio: un hermano o hermana y su conyuge, aunque por razones familiares previamente asentidas se hiciera otra elección.
Antes de la boda, ya tan próxima, se había empezado a «meter prisa», en las cosas aparentemente más facil: vestidos y trajes, convite y comida de boda y sobre todo las invitaciones. Estas eran un asunto social en el cual había que poner mucho cuidado con ver a quienes se invitaba a la boda y quien, como más cercano a todos los eventos de la misma. Naturalmente, salvo que hubiese un conflicto familiar grave, los primeros invitados eran los familiares directos de los padres de los novios: hermanos, tios, sobrinos, por parte de madre y por parte de las familias de la novia y del novio. Para más seguridad, por las noches, después de la cena, se iba haciendo una lista, con la forma de invitación (antes no había tarjetas de bodas) y a los más importantes y familiares eran los propios madres los que de noche y directamente iban a las casas de estos invitados para comunicarselo directo; a los menos allegados se les hacía llegar la invitación a través de otros miembros de la familia. En cualquier caso había varias cosas claras: una, que siempre había algún olvido; otra que había que eliminar a los que en situaciones similares no los habían invitado y finalmente, una cosa clarísima: Todas las noches al acostarse, los padres de los novios, descargaban un rosario de maldiciones, deseando que pasase cuanto antes la dichosa boda. El comentario en el pueblo era lógico: ya están yendo a las cosas invitando para la boda… en algunos casos había sorpresas por haber sido invitados y en otros malestar por no haberlo sido.
La ropa no era mucho problema. La novia, que había estado preparando, -cosiendo y bordando- todo el ajuar, acometía la elección del vestido de novia. El vestido blanco para la novia no se generalizó hasta pasada la guerra civil, hasta entonces, se utilizaba normalmente el vestido negro y no siempre largo. Según las posibilidades, era hecho en Villarta por alguna de las «apañadas modistas» que siempre hubo y si había posibilidades económicas u otras razones, siempre existía la posibilidad de acudir a alguna modista que les hubiese sido recomendada en Manzanares, con relativa buena comunicación para acudir a pruebas y otros eventos. En cuanto a las necesidades del novio, estas se resolvía en Villarta en alguno de los sastres que siempre hubo en nuestro pueblo, teniendo en cuenta que el traje que se hacía sería a partir de ese momento el traje para todas las ceremonias a las que asistiese el novio: otras bodas, entierros, fiestas importantes, y… siempre estaría guardado para el último momento: la mortaja. De la otra ropa, si había posible era conveniente disponer de una capa o de una buena pelliza, con más frecuencia esta última que aguantaba mucho más y también abrigaba más que la capa que esta además había que saber llevarla. Ropa interior, la «justica», alguna faja de buena clase, si era posible, blanca para los días importantes y alguna otra «tostaeja» para todos los días, las consabidas boinas, alguna buena manta «terillana» para la cuadra y el campo y las blusas, como no. En el inventario citado al principio de Victorio Solano, en el año 1868 se relacionaba la siguiente ropa y su valor: Una capa de paño parda medio usada ( 60 reales), una capa de paño negro medio usada (140 reales), un capote nuevo de paño fino (140 rerales), otro capote de paño fino medio usado ( 40 reales), un par de calzones de paño negro (10 reales), otro par d epantalones de paño, de colo, viejos (6 reales), una chaqueta de color vieja ( 6 reales), un sombrero viejo (1’5 reales) y un sombrero nuevo (20 reales).
Todo lo demás se iría comprando según las necesidades que se les fuese planteando al nuevo matrimonio, aunque había que ahorrar mucho… Bueno había otras dos cosas que no podían dejarse al buen tuntún: el dormitorio y buena lana para hacer el colchón. El dormitorio, que se presuponía que en eso no había ni modas ni cambios, debía ser bueno y «con pocos adornos que con lo que cobran por ellos nos puede dar para una regularceja banca, que nunca viene mal». Así que otro viaje a Manzanares donde ha sido habitual ir a comprar los muebles hasta hace bien poco. El tema de la lana era otro cantar, porque llevaba celebración adjunta. La lana se había ido adquiriendo y amontonando y llegado el momento para hacer el colchón había que proceder a su limpieza, tema que asumían la novia y sus amigas que se reunían para ir a lavarla a alguna alberca o bien al río, aprovechando para merendar y pasar un rato de juerga.
Bueno vamos a ir acortando. Asi, unas veces con «apreturas» y otras con tranquilidad se iba acercando el día definitivo. No tengo constancia en que hubiese despedida de soltero, como tal, pero si parece seguro que el novio y sus amigos aprovechasen esa noche anterior a la boda para «echar alguna copilla»; lo que si es seguro es que ese atardecer, tanto los novios como familiares, deberían pasar por la iglesia para confesar. El estado de nerviosismo que provocaba esta ceremonia creo que sigue siendo el mismo que en la actualidad, con la salvedad de que entonces, todos debían pasar «por la vicaria» para confesar y ahora, evidentemente, solo los que se casan por la iglesia, pero los nervios de los que lo tienen que hacer «porque sí y si no también» no ha desaparecido. Y llega el día de la boda. A la amanecida las casas de los novios, sobre todo las cocinas, estaban muchísmo peor que el día de «Paces» cuando se tienen muchos invitados. Ollas de chocolate, tazones, tortas y tallos, están dispuestos para el primer banquete del día. Los vecinos, si el tiempo es de invierno o frio, ayudan a mantener leña disponible para calentar una «miaja» la casa, y entre «col y col» no venía nunca mal un tazón de chocolate. Alguno de ellos contando los sucesos de ese día comentaban que se habían puesto «de chocolate hasta el culo«; pero bueno, poco a poco, todo se iba serenandose para unas cosas y con los nervios desatados para los protagonistas, sobre todo para la novia y su madre y amigas. Vamos a ir un poco deprisa. Las novias se disponían a vestir a la novia, con parsimonia, a pesar de los muchos atuendos que debía llevar y peinarla, teniendo en cuenta de que todo lo que se utilizaba debía ser procedente del ajuar que había elaborado la novia durante tanto tiempo, incluido «el peinador» que posiblemente sólo se utilizaría ese día y en ese momento. Siempre había algún «graciosillo» o «graciosilla» que se dedicaba a poner los nervios a flor de piel: «¡Pero estás todavía sin terminar de vestir! Pues han venido de casa del novio a decir que ya venía la comitiva!… Al final, alguien en tono formal, avisaba de que el novio y los padrinos estaban llegando. El padrino pasaba a la casa y recogía a la novia para encabezar, padrino y novia, la comitiva camino de la Iglesia.
En busca de la novia ( Al fondo la ermita de la Virgen de la Paz) (Fuente: Archivo personal)
Las bodas, en aquellos tiempos, eran un momento especial y la gente que no acompañaba a los novios salía a las esquinas o a lo largo del recorrido para ver a los novios. Ya había tema para hablar durante algunos días. Si queremos hacer especial hicapie en el fondo de las fotos, lo que hay detrás de la gente, lo que había en Villarta y cosas que desaparecieron. La foto anterior está tomada en la calle del Monte, viniendo de la carretera. A la izquierda queda la casa de Pepe «el del ojo». A la derecha la antigua portada de la casa de las «davisas», ya desaparecida al subir el nivel de la calle, una vez empedrada. Un poco más adelante, sin que aparezca en la foto se encontraba la sede de La Hermandad de Labradores y Ganaderos, en cuyo piso superior tenía su sede el Frente de Juventudes. Presidiendo la foto, vista de la antigua ermita desaparecida, terminada de construir en 1936. Es la entrada principal de la misma que daba vista al altar presidido por la imagen de Nª Sª de la Paz. La ermita estaba culminada por una sencilla espadaña con su campanil. La fachada al norte tenía tambien una puerta que daba a la Plazuela de Nuestra Señora de la Paz, perdon, a la Plaza de la Ermita y so se utilizaba para sacar y entrar a la Virgen en su procesión del 23 y 24 de enero.
La novia con el padrino camino de la Iglesia (Fuente: Archivo Personal)
Novios velados y casados. Boda celebrada en la ermita de la Virgen de la Paz (Fuente: Libro Historia de un pueblo y sus gentes).
El interés de las dos anteriores fotografia, es el de una boda celebrada en la ermita de la Virgen de la Paz presiendo la ceremonia desde su camarino. Se aprecia claramente la estructura de todo el altar, pero el hecho más importante de la foto es la de visualizar las dos partes principales de un matrimonio. El momento en que el nuevo matrimonio era «velado» y la otra fotografía es la ceremonia del matrimonio. Antiguamente estas dos ceremonias se celebraban en domingos distintos. El primero, el ser velados, consistía en poner el velo sobre la cabeza de la novia y sobre los hombres del novio para simbolizar el hecho de que la novia quedaba bajo la protección del marido. No se indicaba que no solo tenía protección del marido sino que ademas queda sometida a él no solo por las normas de la Iglesia sino por las leyes civiles.
Firma de la novia, Felisa Muñoz Torres, terminada la ceremonia, ante el representante municipal, en este caso al alguacil Antonio Rodriguez y delante de los testigos pertinentes: Martín Marquez García-Filoso, Victoriano Calcerrada Menchero y Faustino Muñoz Torres, en la antigua sacristía de la iglesia vieja. (Fuente: Archivo Personal).
La firma que se realizaba al terminar la ceremonia, si tenía validez real y no simbólica como ahora, pues servía para el registro civil de matrimonio. Seguiremos con más tranquilidad que tiene mucho que hablar este tema, pero hoy para «abrir boca…»
José Muñoz Torres, Cronista oficial.