LA HISTORIA QUE VIVIERON NUESTROS PADRES, LA HISTORIA QUE VIVIMOS,…. LA VIDA DE NUESTRO PUEBLO. EL ORGULLO DISCRETO DE SER DE PUEBLO. Por José Muñoz Torres.

Villarta para recordar

¡Que suerte tiene el ser humano de vivir cada día como algo nuevo!. Mejor o peor pero siempre distinto… Hoy cuando salgo a otro «poyete», aún queriendo hablar de nuestras cosas, se de antemano, que va a ser totalmente distinto. Y no porque no estén los que cualquier otro día estuvieron; no porque haya nuevas personas que se sienten al «poyete»; no porque no nos acordemos de qué hablábamos en el de ayer, sino porque hoy es otro día y, de primeras, no sabemos qué vamos a hablar en el «poyete» de hoy. Me acuerdo, aunque muy vagamente, que en un «poyete» muy concurrido, -hace ya mucho tiempo-, el de la «tia Sebastiana», en la calle del Monte, donde hoy vive la María de «Paquico» -aunque la entrada ahora la tenga por la otra calle (calle de la Cárcel, de Pablo Iglesias, de Calvo Sotelo y en la actualidad de la Torre, que el nombre de una calle cambia que «pa’qué las prisas», aunque no nos acostumbremos fácilmente al nuevo nombre porque el último no se olvida con facilidad ); pues eso, en ese «poyete», en donde las familias del barrio se reunían, en las noches calurosas de verano, a tomar «el fresco», había noches que los habituales iban llegando con su silla, tomaban asiento después del obligado «¡Buenas noches! !vaya calorazo que hace hoy!» y sentados, tranquilamente, permanecían en silencio. Claro está que nadie tenía obligación de empezar la conversación pero había noches que costaba trabajo empezar a hablar…. De pronto alguien rompía el silencio: «¡Por cierto ¿Sabéis lo que le ha pasado hoy a…?» y a partir de ese momento se abría la conversación que luego terminaba vete tu a saber cómo y cuando.Pues hoy, salvando las distancias y las circunstancias, es un día de esos. Es cierto que las diferencias de entonces a ahora son muchas, sobre todo porque uno cuenta y los demás leen o cierran el móvil, según les «pille el cuerpo», y vete tú a saber por qué razón, la lectura se queda para otro día o no se vuelve a ella.

No se porqué, pero el caso es que mi primer pensamiento de hoy era mandar el «poyete», pe ro totalmente en blanco, sin decir nada, con sólo el título, como esperando que alguno de los asiduos levantara la voz y dijera: ¡»Pepe, hay una cosa de la que nunca has hablado y que quizás fuese interesante!». Quizás nuestro amigo Ángel nos pudiera contar tantas y tantas cosas de nuestro pueblo….

Pero, mirad por dónde, se me cuela en el ordenador -que, a veces, el dichoso Google parece tener vida propia- una lectura adecuada y nos invita a leer algo que desconocíamos, aunque su contenido no nos sorprendiese, conociendo la forma de pensar del famoso escritor. Buscaba alguna cosa sobre los pueblos y así sin más, transcribo lo que apareció:

«Y empecé a darme cuenta, entonces, de que ser de pueblo era un don de Dios y que ser de ciudad era un poco como ser inclusero y que los tesos y el nido de cigüeña y los chopos y el riachuelo y el soto eran los mismos, mientras las pilas de ladrillos y los bloques de cemento y las montañas de piedras de la ciudad cambiaban cada día y con los años no restaba allí un solo testigo del nacimiento de uno porque mientras el pueblo permanecía, la ciudad se desintegraba por aquello del progreso y la perspectiva de fututo.» (MIGUEL DELIBES) [Aclaro que Miguel Delibes era castellano viejo y los tesos de los que él habla son como el alto de la Iglesia y el soto es una arboleda como lo pudo ser la alameda de Aquilino o la de «Monjita» (Vicente Doral) ambas al lado del río]. Yo interpreto estas palabras como que Delibes, sintiese, que mientras que el pueblo guardaba la memoria del pasado, la ciudad se sentía desmemoriada porque en ella no permanecía la gente: muchos habían llegado de «Dios sabe dónde» y sus hijos se habían marchado a «vete a tu a saber«. Y así muchas de las vivencias o de los sentimientos de sus antecesores no podían ser transmitidos de padres a hijos o, mejor dicho, de abuelos a nietos. Los pueblos al igual que las ciudades han ido cambiando su estructura y sus formas, pero cualquiera de los que vivimos en ellos solo necesitan dar un paseo, solos o acompañados, para ir recordando toda su vida; se les viene su vida vivida a borbollones, apresuradamente, porque aún hay muchas cosas escritas en sus calles, en sus rincones, en algunas de sus sencillas plazas, todas ellas bajo una capa de asfalto, que nos hacen revivir o, al menos recordar, nuestra historia. Y esos momentos son los mejores para compartir con alguien que nos acompañe pero llegados a cierta edad, a veces, la única compañera y no buena, de muchos, es la soledad.

Hace poco, un vendaval, un terrible «airazo», -como aquí se dice-, «arrancó de cuajo» algunos de los pinos del parque de la iglesia vieja; sus enormes raíces arrastraron con ellas, restos de los cadáveres que habían permanecido enterrados, todavía, del primer cementerio que hubo en Villarta en el año 1787. A pesar de la presteza con que se recogieron aquellos huesos, alguno quedó dando vueltas por el cada vez más desolado parque. Al cabo de bastantes días, Nico (mi nieto Nicolás) y yo, fuimos dando un paseo al citado parquecillo, ahora plantado de artilugios, de esos que se utilizan en los «fitnnes», esos modernos gimnasios -que nos hemos empeñado nombrarlos en inglés- donde hacer ejercicio físico, aunque los del parque sean para uso de los mayores para que nuestros cuerpos le vayan dando largas a bastones y sillas de ruedas… y con unos escasos pinos que esperan otro «airazo» para caer al suelo y ¡un alto y en buen estado ciprés como recuerdo, aún vivo, del cementerio que allí existió!. Nada mas llegar, Nico, salió corriendo hacía uno de los citados aparatos y se puso a mover piernas y brazos como si le fuese la vida en ello. Su interés mientras subía a uno y a otro era el que yo subiese a alguno de ellos, pero no llegó a convencerme. Todavía estaríamos alli, sino hubiese sido porque aún, en medio de todo, un hueso no recogido, ( un trozo de cadera ya con la textura de un viejo cartón) me permitió enseñárselo y explicarle por qué estaba allí .

-¡Mira, Nico, le dije: un hueso de una persona!-, corriendo vino hacia mi y, muy curioso, me preguntó: -¿Puedo cogerlo?- Y mientras, con sus manos le daba vueltas, con cierto repelús, comencé a narrarle un poco la historia de aquel lugar, del viejo cementerio; de las muchas personas que hubo enterradas allí; de que antes estaban enterrados dentro de la iglesia o, si eran pobres alrededor de ella; incluso allí enterraron a algunos soldados franceses que murieron cerca de Villarta hacía más de doscientos años. -¿Y los demás huesos?,- me preguntó. Y ya le expliqué que llegó un momento en que hubo que hacer otro cementerio pues este primero se había quedado pequeño. Que una vez que estuvo abierto el nuevo, este lo cerraron y al cabo de muchos años, trasladaron todos los huesos. Y le enseñé un depósito de agua, en forma de una gran copa, que aún permanecía en pie, junto al parque con una fecha: «Año 1945»; en ese año se debió inaugurar el pequeño parque. Durante algún tiempo, seguía diciéndole, fué lugar concurrido de jóvenes que acudían a ver la hermosa sencillez de un parque. Pero … poco a poco, el interés fué disminuyendo, y, como si no hubiese otro lugar en nuestro pueblo, se decidió que ese lugar era el idóneo para hacer nuevas escuelas. Y allí fueron nuevos alumnos que en los recreos toqueteaban algún que otro hueso que no había sido retirado tras la monda [la monda consistía en la exhumación de los cadáveres de un cementerio bien por traslado a petición de familiares, no antes de los seis años del enterramiento bien porque el lugar del cementerio después del tiempo marcado por la ley fue acondicionado para otro uso. Al cabo de ese tiempo sólo se trasladaban los huesos los restos posibles de ropas, maderas de ataúdes, objetos varios eran quemado en una hoguera. Este cementerio del que estamos hablando fue creado en el año 1787. Cuando volvíamos a casa le comenté que cerca de ese lugar, relativamente cerca se encuentra la plaza de «cebollete», lugar en el que siendo algo mayor que él me perdí sin saber por donde ir para llegar a mi casa. Dando vueltas de un lado para otro, al final encontré el camino de regreso. Nico, con cara de asombro y «partiéndose de risa», no paraba de decir:

¡¿te perdiste en Villarta?, ¡No me lo puedo creer!.

En un momento hablamos un poco de historia. Algunas veces atendía como todos los niños de su edad: «con la boca boquiabierta», sorprendido de tantas cosas. Otras veces mirando nervioso como diciendo:

– Bueno, Lo, (asi me llama, abreviando a tope la palabra abuelos, ahora ya, nosotros dos, somos: Lo y La), ahora podemos pasar por Fernan, a ver si tiene lo que le encargamos el otro día… Fue un rato agradable, un paseo corto y una historia curiosa y también corta.

A algo de esto podría referirse Miguel Delibes. Muchos de nosotros, ahora que tantas cosas van desapareciendo, podemos hablarles a nuestros nietos, dando un paseo con ellos, de la «colá», -la humilde playa de Villarta-; de la alameda de Aquilino y de la de Monjita, del río (al que ya solo un milagro hará que le veamos con agua); de la infinidad de ranas que ponían música, -«cansina», eso si- a las noches de Villarta; de los arenales, -lugar de atrevidas «guerrillas-, etc. etc. Me consta que alguno lo hace y que muchas mañanas de verano va a buscar a su nieto para explicarle cosas de Villarta ¡¿Verdad, Angel?. Es necesario contar esta historia y la nuestra personal: lo que hacíamos, a qué jugamos, nuestros juguetes (bueno, esto es un decir, salvo que hablemos de un pequeño caballo de cartón o de una muñeca a la que las madres le ponían unos trapos a modo de vestidos). De nuestras costumbres, de nuestras fiestas, aunque estas, cada uno a su modo las estamos contando muy bien, incluso con clases prácticas como hace Pacito, ahora los suyos, llevando un carro lleno de gavillas para descargarlas en la plaza de la ermita ( que siempre será la plaza de la ermita) y con ellas hacer perdurable toda la esencia de la hoguera y de nuestras fiestas. Estamos a tiempo de hablarles a nuestros pequeños y no tan pequeños nuestra pequeña pero apasionante historia esa que hará que Villarta de San Juan no pertenezca a esa España «vaciada» de la que tanto se habla porque estará siempre llena de nuestros recuerdos.

Permitidme, finalmente, que de las gracias desde este «poyete» a la Hermandad de la Virgen de la Paz por su esfuerzo en ir recuperando cosas de esa Virgen nuestra, sencilla y querida. Gracias.

Hoy el «poyete» es mas corto y además sin imágenes. Cada uno tiene en su casa cientos de ellas para enseñar y hablar de ellas. Que no se pierdan. Si alguno se atreve a contar alguna cosa, siempre habrá un «poyete» para hacerle sitio.

José Muñoz Torres, cronista oficial


Una respuesta a “LA HISTORIA QUE VIVIERON NUESTROS PADRES, LA HISTORIA QUE VIVIMOS,…. LA VIDA DE NUESTRO PUEBLO. EL ORGULLO DISCRETO DE SER DE PUEBLO. Por José Muñoz Torres.

  1. Muchas gracias, amigo Pepe, por sacar algo de mis paseos de este verano con mi nieto. Lo mismo que refieres con el tuyo, yo también le hablo de cosas de nuestro pueblo: de las calles, plazas y sus nombres y se ha aprendido la mayoría, incluso de sus sobrenombres antiguos, tanto es así que este año le ha dicho a su madre que no hace falta que lo lleve y lo traiga a la escuela porque con su “abu” Ángel (así me llama) ha recorrido todas las calles del pueblo y sabe ir y volver solo. Y es cierto, antes de llegar a cada calle le preguntaba: ¿a qué calle (o plaza) vamos a llegar?, por qué acera vamos -pares o impares-, por donde empieza esta calle a contar los números… y, en la mayoría de los casos, respondía bien. Como tú, le expliqué, entre otras cosas, lo de las dos alamedas y llegamos a ir a la de Aquilino donde alguno de nuestros “rieros” atracaba su barco después de haber llegado hasta allí por una de las zanjas que por entonces tenían agua y, por donde algún domingo los chicos, sintiéndonos “Tarzán” jugábamos a saltar la zanja colgándonos de las ramas de los sauces y, mas de uno, besó el agua y tubo después que secarse al sol. De la alameda de “monjita” también le hablé y le dije que desde el final de la calle de la Iglesia se veía la alameda porque en vez de en un corral acababa en una era de trillar con vistas al río y, desde la parte del río le indiqué, aproximadamente, el espacio que ocupaba.
    Hemos visitado el Punto Limpio, una nave con aperos agrícolas, el antiguo cine Cervantes… donde, los entendidos o dueños, le han dado -nos han dado- cumplidas explicaciones de como funcionan o funcionaron. Ha conocido de donde viene el agua que llega a nuestras casas y donde va después de utilizarla, donde están algunas empresas del pueblo, a qué se dedican y sus nombres y por supuesto hemos pateado nuestro querido Puente Romano, “las romerías vieja y nueva”, y entre otros lugares, el cerro de San Cristóbal donde ha conocido el Vértice geodésico que hay en él y ha comido -hemos comido- higos de una vieja higüera y ha sabido que donde ahora está lo de San Cristóbal antes hubo colmenas que cuidaba un señor al que le llamaban “el sábio”. Todo esto aderezado con: adivinanzas de mi cosecha, trabalenguas, canciones para dar la lata y otros pasatiempos, de los que él memorizaba algunos que después contaba a su madre o a su abuela (mi mujer). Han dado bastante de sí estos paseos con mi nieto, este verano, que creo él ha sabido aprovechar y los dos hemos disfrutado; el premio que nos esperaba a la vuelta era una tostada de pan con aceite y tomate que su yaya Macu nos tenía preparada en el “frigo”.
    Bueno, Pepe, ya ves por donde, con el paseo que cuentas de tu nieto Nico (Nicolás) y tú, en tu -hasta ahora- último “poyete”, han despertado los míos con mi David, del reciente pasado verano.
    Aunque no te escriba de estos “testamentos”, te sigo leyendo con admiración.
    Un fuerte abrazo.

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