Este es un «poyete» especial, que con certeza a mi abuela Josefa le gustará, pues allá donde está, llegan todas las noticias y aunque algunos, como ella, no sabían leer ahora lo entenderán todo perfectamente.
Aparte de sobrellevar muchas cosas como nuestra vida diaria amenazada, nuestro dolor por ausencias de amigos y familiares, por la soledad de sus últimos momentos, por tantas y tantas cosas, esta cuaresma larga (cuarentena) nos ha servido, quizás no tanto como necesitamos, para meditar( no solo desde un punto de vista religioso), para repasar nuestras vidas, para aferrarnos con fuerza a la vida y para hacerla posible para los demás. Y hemos tenido y tenemos siempre a nuestro lado, -igual que nosotros al suyo-, a todos los que nos quieren, a todos los que se preocupan por nosotros y así con su ayuda, con ese cariño que se nota, con ese temor que se aprecia a través de las continuas llamadas telefónicas, con esos toques de campana que nos invitan a alegrarnos compartiendo el homenaje a la Madre, o ese tono triste de campanas que nos comunican alguna pérdida, que inmediatamente nos es comunicada por nuestro entrañable cura, con todas las explicaciones posibles para alguien que aún no conoce a todo el rebaño.. y esa entrega de la gente del campo que se entregan desinteresadamente en fumigar, desinsectar, con sus tratores y en su ratos de descanso las calles de nuestro pueblo (comprendo que ellos y Miguel Angel Cándenas a la cabeza se sientan defraudados cuando oigan comentarios como « A ver si dejan ya de fumigar que tengo las ventanas …) y ese ruido de cohetes que todas las tardes, a las ocho, nos ha hecho que nos acordemos de nuestra Virgen de la Paz; con estas cosas que son muchas, vamos pasando estos días, cada vez con más esperanza…. aunque unas veces estemos más o menos satisfechos de nuestro comportamiento.
Pero he echado en falta, en mi familia, al menos, la palabra de la Iglesia….( Quizás no nos llega porque no la buscamos, o simplemente porque, al igual que la mayoría de nosotros, está en cuarentena que no en cuaresma). Mientras tanto esta pandemia está siendo aprovechada por unos pocos (de todos los colores), -que no deben tener necesidad de cuaresma ni de cuarentena-, buscadores de votos, mantenedores de privilegios, creadores de odios y enfrentamientos, sin que la palabra de la Iglesia se haya hecho presente, necesaria y generosamente universal.
En mi catequesis de confirmación la pandemia ha hecho que nos quedaramos en la explicación de los mandamientos. En estos días he estado revisando los que quedaban por explicar y no he encontrado ningun mandamiento que hable de la obligación de los cristianos a no equivocarse (si he encontrado la explicación de pedir perdón y saber perdonar, aunque esto parece ser que no importa mucho). Pero si he encontrado un mandamiento, aun sin explicar, -en nuestra catequesis-, muy importante y al que nunca le dimos mucha importancia porque incluso en nuestras confesiones, -de pequeños y también de ahora-, era un pecado de “coletilla”: ¡he dicho mentiras!…
Pues, a lo que iba, no he visto que la Iglesia (por ejemplo la Conferencia Episcopal, porque los pastores “pegujareros”, -los de pocas pero queridas ovejas-, bien que se esfuerzan) no haya hecho mención alguna a un mandamiento de la Ley de Dios: el octavo: “No dirás falso testimonio ni mentirás”. Dice el catecismo de la Iglesia Católica:
“El octavo mandamiento prohíbe falsear la verdad en las relaciones con el prójimo. Este precepto moral deriva de la vocación del pueblo santo a ser testigo de su Dios, que es y quiere la verdad. Las ofensas a la verdad expresan, mediante palabras o acciones, un rechazo a comprometerse con la rectitud moral; son infidelidades básicas frente a Dios y, en este sentido, socaban las bases de la Alianza”.
En la explicación de este mandamiento, el Catecismo dice:
“La verdad como rectitud de la acción y de la palabra humana, tiene por nombre veracidad, sinceridad o franqueza. La verdad o veracidad es la virtud que consiste en mostrarse veraz en los propios actos y en decir verdad en sus palabras, evitando la duplicidad, la simulación y la hipocresía.”
Es evidente que la verdad personal no es absoluta y por tanto esa verdad puede ser rebatida, -y para ello, sí existe la libertad de expresión-, con los argumentos que cada uno crea y estime oportunos, incluso la forma de decirlos. Pero esta libertad de expresión con la que defender nuestra verdad tiene unos límites que se deben tener siempre en cuenta y que nos deberían ser recordados:
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Falso testimonio y perjurio
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El respeto de la reputación de las personas
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Maledicencia
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Calumnia
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El juicio temerario
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Halago, adulación o complacencia que alienta y confirma a otro en la malicia de sus actos.
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La mentira que es la ofensa más directa contra la verdad que induce a error al que tiene derecho a saber la verdad, sobre todo si lesiona gravemente la justicia y la caridad.