¡Se han hecho novios…!, por José Muñoz Torres

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Ellas de paseo. Ellos a la espera

No hace aún mucho tiempo, el componente machista de la sociedad -mas acentuado en los pueblos-, propiciaba que en el establecimiento de relaciones o en el hecho de pretender [hecho de iniciar una pareja relaciones], fuese el hombre quien tomaba la iniciativa,  -quien elegía o pretendía-, quedando en manos de la mujer  el hecho de decidir, es decir, aceptar o no al pretendiente. Esta separación de papeles o funciones suponía, casi siempre, una situación de inferioridad para la mujer que es la que tenía que esperar a que la pretendiesen. En esta decisión de aceptar, la edad de la mujer determinaba las posibilidades de ser pretendida; a mas edad, menos  posibilidades. Como curiosidad recordamos el consejo  que alguna mujer mayor daba a las jóvenes en edad de merecer:

«A los veinte

que venga, tenga y convenga.

A los treinta

que venga y tenga, aunque no convenga.

Y a los cuarenta

que venga, tenga o no tenga, convenga o no convenga».

Es decir, en un primer momento, la mujer podía -por decirlo de alguna forma- permitirse el lujo de rechazar peticiones; podía elegir, eso sí, de forma distinta al hombre: rechazando; es decir,  dando calabazas pero conforme iban pasando los años -ante la posibilidad de quedarse para vestir santos [solterona o moza vieja]-, la capacidad de decisión se iba perdiendo hasta quedar reducida a la sola posibilidad de que aparezca alguien. (No podemos olvidar que, exceptuando las mujeres de buena posición, la vida o la subsistencia de la mujer de los pueblos dependía del exclusivo hecho de estar o no casada).

El entrar en relaciones, el pretender, el hacerse novios, podía iniciarse de muy diversas formas: a través de alguna amiga o personas siempre dispuestas a ello;  a través de algunos gestos o actitudes o mediante carta entregada a la novia por persona de confianza. El hecho de cartearse era el momento previo al de hacerse novios y permitía una mayor discrección inicial, aunque -evidentemente- al poco tiempo todo el pueblo lo sabía. El hecho de utilizar gestos, actitudes, ritos, o como queramos llamarlo, era una forma más explicita y directa. Aunque estos debían tener su comedimiento o tempo y no caer en la exageración de aquel joven que para pretender se dirigía a su posible novia diciendo:

«¡ A lo que vengo, vengo!»

Había formas establecidas que, aprovechadas en el momento preciso, eran claves para iniciar el noviazgo. En la zarzuela La Rosa del azafran, hay un pasaje muy claro de como utilizar los momentos oportunos. Entre Juan Pedro y Sagrario -los dos protagonistas de la zarzuela- , en el momento de la monda de la rosa, se establece el siguiente diálogo:

Juan Pedro: Aunque soy forastero,/ sé la costumbre,/ y a ayudaros venimos/ como nos cumple.

Sagrario: La costumbre es que el novio/ junto a la novia/ la partija le aumente/ que a ella le toca.

Juan Pedro: Pero si una mocica/ no tiene amante/ natural es que alguno/ venga a ayudarle.

Sagrario: Si alguno viene/sin palabras le dice/ que la pretende.

El subrayado nos deja bien claro cual era el sentido de esos gestos: pretender sin palabras de petición, solo sabiendo que si la joven aceptaba la solución, no había que decir nada mas, sino continuar ya, -a partir de ese momento- como novios, puesto que de cara a la sociedad hacen lo que harían los novios.

Naturalmente el noviazgo estaba establecido como  un periodo más o menos largo, en el que se van estrechando los brazos sociales y familiares de la pareja. En aquellos tiempos, -no hace tanto- la época de noviazgo presentaba muchas dificultades para una relacion normal. En primer lugar porque no existía intimidad ni ocasión propicia para tenerla; el paseo de los novios -los domingos o días de fiesta-, siempre se realizaba acompañados por alguna o algunas amigas de la novia y sólo cuando se llevaba algún tiempo de novios, existía la posibilidad, -siempre que de una u otra forma se obtuviese el consentimiento del padre de la novia-, de hablar en la puerta.

Efectivamente, el paseo sólo escenificaba el hecho de ser novios y poco más, como veremos; se efectuaba desde la plaza de la Ermita hasta el pasto [lugar donde se encuentra el actual campo de fútbol] o como mucho hasta el puente viejo. Ese recorrido monótono e interminable, – de arriba pa’bajo y de abajo pa’arriba– era conocido, como en otros muchos pueblos, como el rocePor él transitaban niños, mozos, padres y … novios; pero este paseo -para los novios- estaba sujeto a algunas normas; una de ellas era la de que si se cruzaban con algún familiar muy directo de la novia, el novio debía retirarse de la novia hasta que el pariente hubiese pasado. Muchos matrimonios mayores recordarán ese suplicio interminable de los domingos, aunque ahora  los años haga que los añoren con nostalgia.

El hablar en la puerta que era la conversación que los novios mantenían en la puerta de la casa de la novia, -previo permiso supuesto de los padres de la novia- ,  suponía una mas relativa intimidad: las calles con poca luz,-era muy corriente la rotura de bombillas en ciertas partes de algunas calles-,   el poco ajetreo [trajin o bullicio] de gente a esas horas y sobre todo el frio de las noches de invierno, podrían dar a entender que sí podían tener los novios más tranquilidad. Pero era una tranquilidad muy controlada. En este caso era la madre de la novia quien empleaba una serie de actuaciones para mantener en vilo [ mantener con indecisión, inquietud y zozobra] a los novios: encender alguna luz, abrir alguna puerta como haciendo intención de salir, alguna voz, …  en fin estar pendiente de cualquier gesto. En cualquier caso el novio tenía que estar pendiente de quien se acercaba por la calle y a la voz de la novia: ¡mis padres! o ¡mis tios!, el novio desaparecía -raudo- hasta la mas inmediata esquina. Nuevamente los gestos preestablecidos por la pareja, le permitían al novio volver a la puerta. Otras veces los padres utilizaban métodos mas directos y si por casualidad -o por desgracia- la novia tenía algún hermano pequeño, este -inocentemente- se sentaba en el poyete  acompañando a la pareja. Esa era la tranquilidad de las relaciones entre novios, aunque siempre encontraban métodos para buscar  otras tranquilidades: la ventana, la manta tapando la ventana, …

La vida en casa de la novia era muy distinta a la vida en casa del novio. Desde que la hija era ya una mocilla la madre ocupaba gran parte de las tardes junto a la hija preparando la dote. La cotidiana labor de costura se aceleraba al hacerse oficial el noviazgo y -poco a poco- sábanas, mantelerias y ropa interior, se iban guardando -muy colocadas- hasta el momento justo de ser enseñadas a las amigas y familiares.

Hay que hacer una mención especial al hecho de que el pretendiente fuese de otro pueblo. Esta circunstancias no era muy habitual y además contaba con el recelo de los jóvenes del pueblo que lanzaban ciertas dudas sobre las intenciones del pretendiente. Ello dio lugar al dicho popular:

«Si a pueblo forastero vas

o te la pegan

o la vas a pegar».

De todas formas, -si el hecho se producía- el pretendiente estaba obligado a pagar una invitación a un grupo determinado de jóvenes del pueblo, casi siempre los mismos; en este sentido el pretendiente debía pagar el piso. Haciendo referencia a los posible forasteros que buscasen novia en Villarta hay una supuesta explicación que sería la de atraer a un pretendiente con unos bienes que en realidad no existían o no eran tan altos como se pudieran haber imaginado. Siendo Villarta un pueblo con un cultivo determinante como es la vid, era lógico pensar que una manifestación externa de la riqueza de una familia pudiera representarse por la amplitud de su gavillera [Lugar del corral donde se amontonan colocadas de forma ordenada el conjunto de gavillas de sarmientos de la vid]; es decir, se presuponía, evidentemente, que cuanto más grande fuese la gavillera, mas viñas tenía esa familia, e incluso podría calcularse cuantas viñas podría tener; por tanto podríamos pensar que una gavillera que sobresaliese por encima de las tapias del corral llamase la atención de más de uno. Este signo externo de riqueza, -al igual que otros distintos en la actualidad- pudo hacer pensar a mas de uno, que si montaba su gavillera sobre una estructura a modo de porche [tená, de tenada] podía dar a entender que era mayor su riqueza de cara a los extraños. Se contaba como anécdota, pero la vida de muchas familias, antes y ahora, en los pueblos y en las ciudades, se basaba -en muchas ocasiones- en la mera apariencia.

A trancas y barrancassuperando todos los obstáculos- el noviazgo se iba consolidando o se iban acostumbrando uno a otro, de tal manera, que había que pensar en la boda. Asi que con tiempo suficiente y próxima la fecha de la boda, tenía lugar el reconocimiento [Acto social que reunía a los padres de los novios y familiares próximos para entrega de la dote y regalos, especialmente a la novia. Equivalía a la ceremonia de petición de manos] Este acto tenía lugar en la casa de la novia y a ella acudían el novio, sus padres y familiares próximos. Allí les esperaban toda la parte de la novia. El acto en si -ademas de la inevitable y casi siempre copiosa invitación- consistía en un intercambio de regalos, en especial la dote de la novia, pero fundamentalmente se trataba de fijar la fecha de la boda y de como costear los gastos de la misma por parte de las dos familias. A partir de ese momento los novios podían evitar todos los problemas de relación que antes señalabamos. Desde ese instante se embarcaban en un continuo ir y venir. El primer acontecimiento era la compra del dormitorio. Los novios se desplazaban normalmente a Manzanares -a la casa de muebles de Antonio Enrique– acompañados del familiar que se los iba a regalar; normalmente eran los padres del novio quienes asumían el gasto de los mismos. Este acto suponía, -en muchas ocasiones- el primer enfado serio entre los novios ya que no siempre coincidía el gusto y el deseo de la novia con los de su futura suegra.

Otro de los acontecimientos era el de lavar la lana. La lana, que se había encargado, había que prepararla para hacer el colchón  y así la novia y sus amigas dedicaban una tarde para dicha operación. Lavaban la lana en alguna alberca o en el río, aprovechando la ocasión para realizar una buena merienda. Puesta la casa, -poco más que la habitación donde estaría el dormitorio-, se colocaba en ella la ropa de la novia y su dote, siendo invitados a verla las amigas y familiares. Los padres de los novios aprovechaban los anocheceres para visitar a los amigos y familiares e invitarlos a la boda. Por otro lado en la iglesia, -en la misa de doce- se había procedido a la publicación de las tres amonestaciones [ Notificación pública que se hacía en la iglesia de los nombres de los que se van a casar, a fin de que, si alguién supiese algún impedimento, lo denunciase ]. Y asi, entre sofocos [pequeños disgustos] y problemillas, llegaba el día de la boda. Ese día, -y los anteriores- la casa de la novia era un sin vivir (Convenientemente se había destrastado la casa pues en ella se celebraría la comida de bodas). Las amigas de la novia, a primera hora, se habían acercado para vestir a la novia. Mientras, poco a poco, por orden de familiaridad o amistad, los invitados se iban acercando a las respectivas casas, según quienes les hubiesen invitado. El novio y los padrinos se acercaban a casa de la novia y desde alli se dirigían a la iglesia vieja y sólo -en algunas ocasiones- a la ermita de la Virgen de la Paz. El recorrido repleto de todos los vecinos no invitados que se acercaban a los lugares del recorrido para ver a los novios.

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En busca de la novia

El rito liturgico contemplaba dos ceremonias que a la vista de la mayoría pasaban desapercibidas. Los novios eran velados y casados. El primer acto, el ser veladosconsistía en cubrirlos con un velo, de tal forma que el mismo cubría la cabeza de la novia y los hombros del novio, simbolizando la unión de los novios, pero dejando bien clara la sumisión de la novia al que desde ese momento era su marido. 

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Antonio, el alguacil, recogiendo la firma de la novia.

Después de la ceremonia religiosa y normalmente en presencia del alguacil municipal se firmaban por parte de los novios y testigos los documentos civiles de celebración del matrimonio. Y desde alli, el nuevo matrimonio seguido de los padrinos y familiares caminaban hacia el lugar donde se procedía a la incitación general, consistente en el puñao de frutos secos, limoná y gaseosa y algún pastelillo de Palote. Ya sólo quedaba el regalo a los novios que normalmente se hacía en metálico, el papelillo….  Bueno,ya seguiremos que me voy deprisa a la casa de la novia;  no quiero quedarme sin sitio para la comida y menos aún quedarme sin un buen plato de gallina en pepitoria. ¡ Vivan los novios!


2 respuestas a “¡Se han hecho novios…!, por José Muñoz Torres

  1. Leo tu historia y la interpretación que le das con nostalgia , recuerdos agradables y cariño . Es la historia de mi pueblo que ocupa gran parte de mi corazón . Desde Purto Rico .domingo Isla Guzman .Gracias Pepe

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