El «poyete» de hoy se une al dolor y esperanza de la Cruz y a la impotencia de nuestras cruces. Este año el viernes santo se parece más que nunca al inicial. La cruz vacia y sola. Nosotros encerrados en nuestras casas, recogidos, con dolor…. pero sin haber huido.
HORA SANTA VIERNES SANTO 10 DE ABRIL DEL 2020
Parroquias de San Juan Bautista, de Villarta de San Juan; Parroquia de Nuestra Señora de las Angustias, de Arenas de San Juan ; Parroquia de San Carlos Borromeo, de Las Labores y Parroquia de San Pedro, de Cinco Casas.
¡Cuánto ha cambiado hoy el Viernes Santo!. ¿Qué está pasando?. El calvario se ha hecho inmenso. Este Viernes Santo, al menos en nuestro entorno, Jesús no está solo. Cientos de miles de sus hermanos se ven forzados a seguir los pasos de Jesús, como otros años, cómo siempre. Pero este año los vemos porque ahora sí nos damos cuenta de que estos Jesús que están aguardando para subir a la cruz, nos son conocidos, son parte de nuestra familia: padres o madres, hermanos, maridos, esposas, amigos, ¡Hijos!… y lo más curioso de todo es que seguimos viendo la cruz de Jesús vacía, cómo todos los años. Hay, eso sí, una gran diferencia, con otros años y es que este año no hay que rebuscar al Cristo entre tantos inmigrantes, sin techo, sin alimentos, en tablas con forma de barco que va perdiendo a los que lleva por el mar que les separa de una vida mejor,… Este año a los que van a hacer el papel de Jesús en la cruz, los que están subiendo a la cruz, los conocemos; hemos vivido con ellos muchos años, nos han ayudado, los hemos querido, hemos compartido los buenos y malos momentos, sabemos su nombre, … Y no nos damos cuenta de que en breves momentos, horas o días, van a subir a la cruz, van a morir en la cruz y que una vez expiren en ella, van a ser bajados rápidamente, no porque sea el sábado, sino porque son muchos los que están esperando subir y de que muchos de ellos van a tener que esperar riguroso turno para ser enterrados ¡Este año hay prisas y hay que seguir aunque sea sábado! ……
¿O quizás nos estemos equivocando? ¿No es posible que estemos buscando a Jesús dónde este año no está? ¿No es posible que Jesús este año haya bajado de la cruz y esté donde se sufre y hay dolor, compartiendo una nueva crucifixión, acompañado de otros muchos que antes no sufrían y que les ha pillado la condena a muerte sin darse cuenta y sin saber su por qué?
Este año, de pronto, nos encontramos con algo nuevo, una semana santa no vivida nunca (quizás deberíamos hablar de un mes “santo”). Estamos acostumbrados a una Semana Santa de vacaciones, de turismo, de saber apreciar la monumentalidad y belleza de las grandes procesiones, incluso hemos disfrutado, de las sencillas y silenciosas procesiones de nuestro pueblo. Hemos compartido ratos con amigos que vuelven, comidas con familiares recobrados, hemos paseado, -cuando el tiempo lo ha permitido-, por sitios un poco dejado, por el puente viejo, sin tirar piedras al agua porque el río lo hemos secado. Pero todo ha cambiado, este año, es muy distinto.
No hemos tenido conciencia de nuestro deber y compromiso con el bienestar mundial. ¿Hasta qué punto nos ha importado las epidemias que se producen en Africa ( Bueno, una sí, la del ébola, fue un acontecimiento nacional ver como todo el país acogía y dispensaba los mejores cuidados a unos seres humanos que se habían dejado literalmente la vida en olvidados poblachuelos de Africa? ¿ Hasta qué punto nos han importado las hambrunas, las migraciones de miles de seres humanos huyendo de sus calvarios particulares y eternos que les habían o habíamos construido? ¿Hasta qué punto nos había preocupado lo que pasaba, hace unos días, en una ciudad de China llamada Wuhan? Se veía muy lejos, para que pudiera romper nuestra vida. Y de pronto nos damos cuenta de que los virus, las enfermedades, no tienen patria, ni querencias, ni raza, ni clase social; se producen y van y vienen de un lugar a otro con una rapidez inusitada: ¡No hay muros! Y por un hueco se cuelan y lo que había sido siempre cosa de otros alejados o, como mucho, vistos por la televisión («¡Quita eso, por favor! ¡Menudo cuerpo nos están poniendo a la hora de comer!»), pero no son de “los nuestros”. Y de pronto, sin saber cómo ni por qué, aparece un enfermo en una gran ciudad española, y en otra, y en otra,…. Y, de pronto, sin darnos apenas cuenta, nos encontramos con ¡”La Pasión y muerte de Hijos de Dios”!. Pasión y muerte de hermanos de Jesús, que de eso sufrió y supo mas que nadie.
Y aquí estamos en la celebración inusitada de la Hora Santa de un Viernes Santo interminable. Vamos a ponernos en situación. Este año Jesús no ha tenido ocasión de pasear en el burrillo, rodeado de palmas y ramas de olivo, las calles de Villarta, ni Arenas, ni Las Labores, ni de Cinco Casas, este año no ha podido celebrar la última cena ni lavar los pies a sus amigos, este año no ha tenido necesidad de ir al huerto, para iniciar su Pasión, dejándose vender por los besos de un amigo.
¿Dónde está Jesús, este año? Este año, alguien, quizás Marta o María o alguno de nuestros hermanos, le ha mandado recado: “Jesús, mi padre, mi madre, mi marido, mi mujer, mi hijo, mi amigo, se está muriendo”. Y tras ese recado le ha llegado otro y otro, miles y miles. Y esta vez eran tantos y tan queridos, que se ha puesto en camino rápidamente y, desde el primer momento, se ha encontrado, con el dolor, el llanto, desesperación e impotencia de muchos de nosotros que nos derrumbamos llenos de dolor.
Y Jesús este año, quizás, haya elevado los ojos al cielo, al Padre, y le habrá dicho:
– «¡Padre, deja que este año, beba con ellos su cáliz! ¡Déjame que este año no lleve mi cruz, sino que lleve la suya. Déjame que sea el Cireneo que quiere llevar la cruz de otro que no puede llevarla! ¡Déjame que sea la mujer que llora, la madre desconsolada! ¡Déjame que me vista de médico, de celador, de enfermera, de auxiliar, de panadero, de conductor, de ….. ¡Déjame que esté con todos los que ayudan, con todos los que sufren, que entre en las casas donde mis hermanos mayores mueren sin una última caricia! ¡ Déjame que esté con todos los que se están quedando solos, sin haber podido ni ayudar ni a despedir a sus seres queridos!..»
Y el Padre, como siempre, atento a las peticiones del Hijo, le dirá:
– «Cómo se nota, Hijo mio, lo que quieres a tus hermanos. ¡Pues claro que te dejo que bebas con ellos su cáliz; pues claro que dejo que lleves su cruz!… De todas formas, Hijo, ¡Cuánto le cuesta a tus hermanos seguir tu ejemplo!»
Y Jesús le da las gracias pero insiste:
– «Y dile a mi Madre, a María, que me acompañe. Que su llanto es necesario para apaciguar el dolor de tanta gente.»
Y María volverá a acudir a sus hermanos que lloran para consolarlos, a los que quedan solos para acompañarlos en su soledad y en el silencio del que Ella fue maestra.
Este año la cruz del Calvario esta sola y vacía, Sin embargo por muchísimos lugares hay miles de cruces: en hospitales, residencias, en casas dónde nadie se ha dado cuenta de que un mayor solo no ha sido visto últimamente. Y colgando alguien de ellas, crucificado, sin nadie a los pies. Jesús va y viene de una a otra. María les habla y busca a los familiares.
Y las siete palabras de todos los Viernes Santo fluyen de uno a otro en la boca de Jesús.
Jesús, recuerda sus primeras palabras en la cruz:
–«¡Padre, perdónales porque no saben lo que hacen!. Ahora, Jesús, está otra vez intercediendo por sus hermanos.»
Y Jesús mira hasta el infinito, a miles y miles de hermanos, sufriendo resignados, ayudados y atendidos por discípulos que esta vez no han huido ni se han escondido y que a pesar de todos los peligros permanecen con ellos. Y Jesús levanta, nuevamente los ojos al Padre y le pide que ahora en estos momentos aprendamos de su perdón:
–«¡Padre, ayúdales a pedir perdón!. Ellos ahora no ven su cruz. No maldicen están pidiendo “justicia”, están buscando “reparación”, están exigiendo “venganza”.. pero ahora en estos terribles momentos no saben que tienen que pedir perdón. Yo, Padre, estaba en la cruz y la veía; ellos no ven su cruz, ni saben lo que es, aunque su soledad es tan absoluta, que no pueden sentir ni el consuelo de alguien de lo suyos. Enséñales, Padre, a que rebusquen en aquella oración que les enseñé y que todos saben: ¡”.. y perdona nuestra deudas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”!.
«¿Te acuerdas, Padre, cuando yo estaba en la cruz?. Les prometí el paraíso, no solo a uno, sino a los dos ladronzuelos que morían en la cruz junto a mi. Tu bien sabes que le prometí el paraíso a los dos. Pues, déjame que se lo diga a todos estos que están muriendo: “Hoy estaréis conmigo en el Paraiso”.
«Están en cruces pesadas, en realidades no pensadas, rotos por el dolor pero sobre todo por la soledad; las digo ahora, seguro que, ellos que las oyeron tantas veces, las recordarán y estarán convencidos de que así será. Y que será hoy, que es cuando lo necesitan, que el ser humano está muy acostumbrado a que las cosas sean para cuando mejor le venga. Va a ser ahora, casi sin darse cuenta de que están muriendo en mi cruz. Y entonces, en mi paraíso, en mi reino, junto a otros muchos, me reconoceran en cada uno de sus otros hermanos y se les abrirán los ojos y dirán: “ Pero si resulta que tú eras Jesús y yo sin darme cuenta”.
«A los pies de la cruz, a mi Madre y a Juan, les dije: “Madre he aquí a tu hijo; he ahí a tu madre”.
Y Jesús nos dejó a su Madre para que nos acompañase en los momentos difíciles regando con sus lágrimas nuestro cuerpo; para disfrutar con nosotros de los momentos felices en los que sobre sus hombros va recorriendo nuestro pueblo. Asomándose a las ventanas entreabiertas de los que ya no tienen fuerzas, para salir a su encuentro; temblando, a veces, ante el ruido ensordecedor de nuestros cohetes y abrumada por el olor de las flores que a sus pies ponemos. Y la Madre, uno a uno, una a una, irá acariciando, cubriendo los cuerpos desnudos con un manto de amor, limpiando de tubos o gasas esos cuerpos que van entregado en sus brazos toda la vida. La Madre ha cumplido su trabajo. Nosotros, la hemos tenido como Madre; Muchas veces, madre de visita. Madre ante la cual muchas veces nos avergonzamos, por todo el tiempo que pasamos si verla. Pero la Madre no se ofende y junto a Ella vienen numerosos compañeros de viaje, de camino, de lucha y de amor que van a estar junto a nosotros, en la cruz que nos toque.
Es posible que también ahora en estos momentos, a muchos de nosotros se nos escuche decir: ¡Dios mío, Dios mio, ¿por qué me has abandonado” Y desde los pies de nuestra cruz, Jesús, acariciará nuestros pies y comprenderá nuestra soledad, nuestra inseguridad, nuestra duda de ser o no ser verdad aquello que esperamos desde el mismo momento de nuestro nacimiento. De ese momento en que nuestra vida pasará como un relámpago, mostrando nuestras debilidades, nuestros errores, nuestros fracasos, nuestros cortos arrepentimientos que siempre pasan pronto, una vez que hayamos superado los malos momentos ,… Ahora en los terribles momentos de amargura, en los momentos desilusionantes de la mas oscura soledad se oirá la voz segura del Hermano que nunca abandona. “Hermano, déjame entrar en tu vida, en estos últimos momentos, déjame que agárrate a mi con confianza. No tengas miedo, sígueme. Nuestro Padre nos espera y no temas por los tuyos, no te han abandonado; han estado junto a ti hasta que ha sido posible, no han querido dejarte solo.
Hay palabras tan sencillas, tan claras, tan fáciles que dan miedo oírlas. “Tengo sed” y la voz profunda de Jesús llegó hasta todos los rincones del mundo. Y ahí sigue sin que claramente nos entreguemos a cumplirla. A Jesús, algún soldado que sería buena persona o que cumplía con su obligación, le puso en los labios una esponja empapada en vinagre y miel ¿Para calmarle el dolor? ¿para reírse de él?. Parece que era una costumbre pero Jesús no la aceptó. Ya no hacía falta. Ahora se tiene sed de muchas cosas: Sed de justicia, de comida, de paz, de amor, de un hogar, de libertada, de trabajo,… Y ahora la voz que mas resuena a los pies de las cruces de los hospitales, fuera de los hospitales, en el encierro de nuestras casas, es la palabra salud. Que se cuide, que sane, voces ahogadas de pena, de llanto, de soledad. Y la voz de arriba de estas cruces llega a donde está Jesús y calla. Puede el Padre hacer el milagro, derramar toda el agua del mundo para aplacar la sed, descubrir todos los remedios e inventos para recobrar la salud, pero el Padre también calla aunque se le entiende claramente: Vuestro Hermano, mi Hijo, fue asesinado en una cruz porque sabía que podría disponer de vuestra manos para seguir su trabajo, que tenía nuestros pies para seguir el camino, que disponía de vuestra lengua para que hicierais llegar su mensaje, pero vuestras manos han permanecido quietas y vuestros pies plantados en buena tierra y a pesar de todo nada se ha hecho.
Ahora que tenemos ahí todas las cruces, ahora que no encontramos explicación, ahora que las cosas no tienen sentido, ahora que parece como si la justicia hubiese desparecido, hay que decir ¡Basta ya! Y dejar que nuestras manos, todo nuestro ser, sea la herramienta por la que encontremos la paz y la justicia.
Y Jesús, como Hijo de Dios y como ser humano, dijo: “ Todo está cumplido”. Y era cierto Él había hecho todo lo que tenía que hacer. En muchos sitios estas palabras llenan los calvarios tremendos. Son muchos quienes como Jesús, están sintiendo una cierta satisfacción al pensar que han hecho lo que tenían que hacer. Muchos a su larga edad sienten la alegría de haber formado una familia que se prolonga dando vida y siguiendo ejemplos. Algunos, quizás, sientan extrañeza al no verse arropados por sus familiares y pensarán: “¿ No lo habré hecho bien? “ Afuera en las casas, esperando llamadas, los familiares dirán: “¡el pobre pensará que lo hemos dejado solo”!. Los menos mayores dejarán a los pies de la cruz, a los pies de la cama, -cruz tumbada de hospital-, no sólo sus ropas, sino sus ilusiones, sus trabajos bien hechos y dejarán de luchar por la vida mientras consumen su aliento diciendo “Todo se ha cumplido”
“En tus manos encomiendo mi espíritu”, fueron las últimas palabras de Jesús. No hay testigos de las últimas palabras de estos nuevos crucificados pero a buen seguro la presencia de nuestro Hermano Jesus, de nuestra Madre María, les estará dando fuerzas para abandonar con ánimo la cruz. Alguno, quizás haya susurrado: ¡”Vámonos a casa”! y a buen seguro el Padre saldrá a esperarle: “¡ Bienvenido a casa, Hijo ¡”; Todos están volviendo al Padre.
A nosotros, a los que no hemos subido a ese monte de cruces, solo nos queda abrir nuestros brazos para dirigirnos al Padre, para abrazar a nuestros hermanos, para unirnos. No nos atemos a la cruz. Lluis Espinal, sacerdote martir asesinado en Bolivia en 1980 dejó escrito:
«Señor Jesucristo, nos da miedo gastar la vida. Aunque el Padre nos ha dado la vida para gastarla y no podemos guardarla en un estéril egoismos.
Gastar la vida es trabajar por los demás, aunque no paguen, hacer un favor al que no va a devolverlo; gastar la vida es lanzarse aún al fracaso, si hace falta, sin falsas prudencias; es dar prioridad al bien, al prójimo.
Gastar la vida no se hace con teatro o de boquilla. La vida se gasta, se da, sencillamente, sin publicidad, como el agua del arroyo, como la madre da el pecho a su hijo, como el sudor humilde del sembrador.
Nuestro futuro en este mundo es un misterio, nuestro camino avanza con dudas por caminos entre nieblas pero hemos de seguir dándonos, seguir gastándonos, porque Tu estás esperando en la noche con mil ojops rebosando lágrimas y mil bocas anhelando alimentos».
Pero hágase Tu voluntad en el Cielo y en la tierra. … Y no nos dejes que, ante el sufrimiento de nuestros hermanos, crucemos los brazos. Amen