COSAS DE LA NIÑEZ QUE NO SE OLVIDAN, por José Muñoz Torres.

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En el corral de las «Davisas», junto a la bodega vieja

Hace algunos días, en el trascurso de una charla familiar, alguien apuntó la idea de que, de vez en cuando, dejase aparte las citas documentales -esas que en los «poyetes» vienen escritas en azul-, e introdujese algunos comentarios sobre momentos vividos, personales o de personas conocidas, en definitiva algo mas cercano. Estaba claro que la persona que hizo ese comentario, estaba y está interesadísima en nuestra historia pero tambien está muy interesada en saber cómo se vivía y qué hacíamos cuando nosostros eramos niños. No me pareció mala idea y recordé algunos escritos referidos a la época de mi niñez y la forma en que recordaba la manera  de vivir entonces… a mediados de los años cincuenta del siglo pasado:

   «En el corral de la vieja casona se rompe el alba con cantos, entrecortados por gritos y órdenes sinsentido. Palabras duras y restallantes como escape a una injusticia permanente. Los ruidos de rejas y arados, abren los ojos del niño que, por vez primera, va a salir al campo con la ilusión de lo desconocido. Hechos los preparativos encaminamos nuestra salida por la gran portada del corral que daba a la calle Cristo Rey. Al poco, las callejas del pequeño pueblo se acababan; una llanura infinitamente anaranjada envuelta en una neblina aún fría, nos salía al encuentro lentamente…

     Hoy, después de tantos años, no recuerdo como llegamos al barbecho, ni cual es el camino que seguimos para llegar. Me suena, pero son muchos años, que la finca o lugar se llamaba Nieva y era propiedad de las hijas de David Serrano, a las que luego conoceríamos como «las davisas»(1).  De aquel día solo llego a  recordar que iba detrás de un arado que abría de par en par la seca tierra, como una boca enorme, dispuesta a tragarse hombres e ilusiones. El  joven gañán, ese entrañable familiar casi hermano, -que ahora lucha, con fuerza, para conseguir el último y mejor surco de su vida-, cogía, de cuando en cuando, mi mano de niño, desacostumbrada a la rudeza del arado, y con sumo cuidado la ponía entre la esteva y su mano haciéndome creer que era yo el que trazaba el surco infinito que terminaba en el horizonte perdido. No recuerdo ni el descanso, ni la comida; no recuerdo la largueza o la cortedad de ese día, no recuerdo  la vuelta, posiblemente deseada, al pequeño pueblo, ….  No recuerdo nada más que esa mano que me sujetaba al arado y una voz alegre,  a pesar de todo, que se hundía, en el surco que el arado abría en la tierra, en esa tierra nuestra que entonces empecé a sentir y querer y que no olvido. Y la voz de mi primo que se dirigía a una de las mulas de la yunta -a la que le tenía un cariño especial- ¡¡Capitana!!…»

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Escuelas de chicas (1950?) Archivo personal.

Ese día, como es de suponer, no fuí a la escuela; oficialmente estaría «malo», aunque es muy posible que el maestro ni notase mi ausencia, dadas las características de las escuelas unitarias de aquella época. El edificio de la escuela tenia buenos muros y unas grandes ventanas que permitían una luminosidad enorme en toda la sala [En el «poyete» del 23 de noviembre del 2017, hablamos largo y tendido sobre las viejas escuelas]. En la época de mi primera «pella» -consentida, claro, por mi madre- el edificio de la escuela disponía de dos salas para niños y otras dos para niñas; ambas zonas  disponían de un buen «recreo» dividido, -insisto: uno para niños y otro para niñas- por un buen muro el cual tenía un buen albollón por el que las aguas del patio de los chicos pasaban al de las chicas; parece ser que no les dió tiempo -cuando las construyeron- a nivelar los terrenos y por ese albollón no solo pasaban las aguas sino tambien las primeras y torpes palabras de amores infantiles… Pues, como decía, no creo que mi ausencia fuese muy notada por el profesor, aunque si por algunos de los chicos mayores que «colaboraban» con el maestro para adentrarnos en el mundo de los primeros números y las primeras letras. [Reconozco que en aquellos años no tiraba mucho de mi la escuela  y me afanaba en inventarme mareos y vómitos provocados que asustarían, imagino, a mi madre. Mi otro apoyo para evitar llegar a la escuela era un «palo de la luz» que se encontraba en la esquina de la calle Cristo Rey con la de la calle Colón, donde después estuvo el super de José Antonio, «el Negro». Corría hacia él  como a quien le va la vida en ello, ante la sorpresa de mi madre que pensaba que al fin había decidido marchar a la escuela. Pero no había tal; era llegar junto al dichoso poste y abrazarme a él, con todas mis escasas fuerzas, como último asidero para evitar la escuela. Supongo, no lo recuerdo, que alguna vez lo conseguiría y cogido a la mano de mi madre volvería a la casona, donde mi abuela esperaba elaborando su eterno cocido.

Sin embargo, el día a día de nuestra niñez, era menos bueno de lo que se espera de una edad tan sin problemas y sin perjuicios. Después de tantos años, ya instalados en la modernidad, con una vida atrás que cada vez tiene mas años, es muy fácil no recordar lo que nos pasó entonces; la paz había ido abriendo caminos con dificultad, a pesar de que muchos vivieron durante mucho tiempo sometidos a una guerra que no acababa de terminar,  a pesar de la paz. En el mundo hacia alaagunos años que había terminado la gran guerra y ya sólo quedaba una guerra abierta, lejos, muy lejos, en el lejano oriente, la guerra de Corea. Y nosotros, en los descansos de las películas, en los cines de Dolores y de Adolfito, ibamos junto a la pantalla simulando tiros al grito de «¡¡los coreanos atacan!!. Pasados pocos años mas iríamos presintiendo algo sobre  lo que ocurrió en España pocos años antes de que nacieramos. Aún así, a pesar de todo, llegaba un día en que un algo parecido a una ilusión nos hacía entrever un momento desconocido de alegría. No sabemos, ahora, -entonces ni lo pensábamos-, de donde ni con qué ganas nuestros padres sacaban fuerzas y dinero para dejar en nuestras ventanas algún regalo de Reyes: un pequeño acordeón de mísero cartón, al que, pocas veces después de tocarlo, le poniamos ruido con nuestras voces; algún pequeño caballo o muñeca, de cartón, claro, que al olvidarnos pasarlos a la habitación por la noche, los encontrábamos por la mañana convertidos en una pasta de papel debido al relente de la noche; y  poco más, pero en aquellos momentos era mucho. Referido a aquella época escribí:

    «La noche fría se apretaba a las portadas huyendo del helado barro que cubría la calle. La soledad, la misería y el miedo, recorrían -con todo su poder- el pequeño pueblo. ¡Soledad y sereno! ¡Miseria y sereno! ¡Miedo y sereno! Y la voz aterida y forzada de los municipales parecía querer recobrar la tranquilidad de otros tiempos: ¡Las doce en punto y sereno!. La nieve manchada de dolor y angustia se acurrucaba en los tejados. Los Reyes Magos acababan de pasar, silenciosos. con su cargamento de ilusión vacío.

Claro que a la gente de Villarta, y a nosotros los chicos, nos faltaban pocos días para estar verdaderamente ¿felices? ¿contentos?… Iban a llegar Las Paces y, a pesar de todo, en los corazones de los villarteros se abría una corriente de alegría triste, de melancolía y de recuerdos que supongo les bastaba a los mayores para celebrar las fiestas. De todas formas, los chicos notábamos cosas raras y que no podíamos comprender con nuestros años. A cualquier comentario sobre las fiestas nuestras madres, -siempre las madres-, se abrían en un corto mar de lágrimas que nos confundían: ¡Es que lloramos de alegría!, decían mientras recogían el breve llanto en sus pañuelos. Nuestros padres actuaban de otra forma. quizás por eso que siempre se ha dicho de que los hombres no lloran…. En realidad para los mayores había dos «paces»: una interior, sincera, recordando otros tiempos, otras situaciones y otras personas ausentes; las otras «paces» eran las oficiales, las que había que celebrar, contra viento y marea. De cualquier forma, y eso si nos extrañaba a nuestros cortos años, era -como sigue siendo- , ese momento mágico en que la voz se les cortaba y las lágrimas caían sin que se moletasen en limpiarlas, al ver salir a la Virgen. Fué en aquellas fechas cuando vi alguna lágrima en el rostro de «Pernales»(2), mi padre.   Lo único que, muchos de nosotros, llevábamos mal de aquellas fechas, eran los «japoteos» extraordinarios de aquellos días, aunque los sobrellevamos «husmeando» después los lugares donde guardaban o escondían los dulces de aquellos días: mantecados, perrunillas, incluso algunas natillas que escasamente llegaban para ser degustadas al día de La Paz. Pero es que ese olor atrayente nos guiaba, tentador, aunque solo fuese para quitarle la almendra a la perrunilla que, para que no se notara, escondíamos entre las otras. Alguna vez hablaremos de los olores de los pueblos, que se nos quedaron grabados para siempre, al menos de algunos olores: el olor de las matanzas, el olor de los dulces, el olor a mosto,….

Las mujeres, por otro lado,  se metían en un continuo ajetreo para preparar las fiestas: en primer lugar ordenando lo mejor posible la casa; se movían todos los muebles, se limpiaban a fondo todos los rincones y… limpiar los cristales de las ventanas; algo se podría olvidar pero no limpiar los cristales…. era lo que podríamos llamar  hacer un «sabado de paces»(3). Además había que hacer acopio de viveres porque aunque estaban recientes las provisiones de las recientes matanzas, con los  chorizos (guardados en sus orzas con aceite) y morcillas (secándose en el tiro de las chimeneas); había que matar las gallinas para el cocido de «paces», hacer las «pelotillas», …. ¡ Cuántas visitas hacían esos días los hombres a las cocinas y a las despensas o sotanos!. Aún guardo, imagino que al igual que otros muchos, el recuerdo de las novenas, en la pequeña y recoleta ermita -ya desaparecida como tantas cosas en Villarta-, a las que acudíamos de la mano de nuestra madre y solo recuerdo un sueño placentero, solo interrumpido por el cántico del himno a la Virgen que a fuerzas de novena tras novena, logramos a aprenderlo(4). La hoguera, los cohetes, la pólvora,…. ¡ y los «puestos»! aunque eran para mayores («vedriao«, cacharros para la cocina: sartenes, cacerolas, ..etc.) siempre había algo que nos llamase la atención y ahora recordamos la habilidad de nuestros padres para terminar convenciéndonos de que eso no merecía la pena, mientras ellos se compraban un «capirucho» de gambas y algún trozo de turrón en el puesto cotidiano del «tio de Manzanares». Y la música… y el orgullo ante los otros chicos de que te tocase alojar a un músico en tu casa. Así pasaban las fiestas mientras por la tardes algunas carreras de cintas o ver como Antonio, El Alguacil, hacía elevar los curiosos globos..

Pronto pasaban las fiestas, pronto pasaban los carnavales que bien poco disfrutábamos los niños y que pronto dejaron de celebrar los mayores, ante el malestar de los municipales que tenían que perseguir a los que se vestían de máscaras, mascaritas o mascarones, por estar estas fiestas prohibidas para velar por la seguridad y buenas costumbres; al final, la fiesta se perdió cansados, los que se vestían, de correr huyendo de los guardias. Luego cuando se permitieron otra vez, ya no fue nada igual, ni mucho menos. Cuántas historias podrían contarse, aunque algunas ha contado ya Angel Rodriguez en sus poesias de «paces».

¡Que alegría que pudiéramos recordar todas y cada una de nuestros niñeces! De aquellos momentos en que los mayores pensaban que no nos dábamos cuenta de su malestar pero que sentíamos como algo muy serio  aunque no lo comprendiésemos del todo:

El pueblo se nos vistió de silencio,

de olvido, de resignación, de fracaso,…

Como si lo que pasó no hubiese pasado.

El dócil y engreído ganador ( si alguien ganó)

levantaba fuerte la voz, de vez en vez,

aireando su victoria en esa guerra

que perdieron, incluso él, todos.

Miedos,  recelos, inútiles acusaciones

que perseguían escasos beneficios

y consiguieron grandes penalidades,….

Miradas torvas, gestos huidizos,

pasos ligeros, adioses tímidos y entrecortados,

puertas cerradas, conversaciones quedas,

esperas permanentes e intranquilas,

sin saber qué se espera,….

 No llegamos a  comprender, eso si,  la orfandad de padre ausente

de ese otro niño asustado, siempre triste y siempre sólo,

del que sin saber por qué, los demás nos apartábamos.

¡Niñez de dos colores, sin llegar a comprender

por qué el color de la sangre era peor que el del mar !.

plazoletaScan
Vista parcial de la «plazoleta» (Al fondo la torre del reloj)[Archivo personal]

Sin embargo los niños de entonces, supimos agarrarnosa lo que había, «a un clavo ardiendo»; fuimos buscando nuestros lugares, nuestros momentos: las eras de los Islas –buscando nuestras guerrillas-; los arenales -buscando e imaginando aventuras-; la «colá» -playa pobre de los mas decididos-; las alamedas, -dónde dos de nuestros lideres:  Adolfo, «el boli»  y Crescen dirimían su liderato sobre los demás-; el puente -derribando, piedra a piedra la barandilla del mismo- (nadie nos llamó nuncan la atención por ello); …. Y además, luego cada pandilla, buscaba su lugar seguro, su rincón apetecible para jugar, como aquella infantil plazoleta del recuerdo donde jugamos cuando niños:

En la monótona aridez, -ningún árbol ninguna sombra-,

imaginábamos paisajes de leyendas

y recreábamos aventuras imposibles.

El viento tormentoso del verano ( era julio),

levantaba la seca tierra

en una densa nube de polvo

que se aferraba a los niños,

cruel y batalladora,

como el terrible enemigo

de sus imaginadas aventuras.

Pronto la derrota se adueñaba de la plaza.

Los niños, vencidos, perdíamos el  paisaje imaginado

y olvidábamos la aventura, cada vez más imposible.

Cabizbajos, limpiándonos el polvo,

-vencedor de la batalla-,

nos sentábamos en el rincón de la derrota

( Ese rincón siempre visible

de todas las pequeñas plazas de pueblo,

en el que siempre hay alguien: el perdedor de turno.

Muchas veces, como entonces,

perdíamos todos, igual que los mayore

Nadie hablaba.

Pero la infancia es muy terca para aceptar la derrota.

Porque sabe qué es la derrota nuestra de cada día

y hay que vivir, antes de aceptar la del día siguiente.

En silencio, como un rayo, uno se levanta.

Saca el «trompo» de uno de esos bolsillos infinitos

e interminables de un pantalón de niño

y, con parsimonia, casi como en un iracundo ritual,

le rodea, fuertemente, con la cuerda.

Alza la mano,

bíblicamente amenazante,

lanza «el trompo» contra el suelo

mientras restalla, en el aire,

la cuerda liberada.

El picotazo del rejo sobre la dura plaza,

hace que, a pesar de la levedad,

apenas herida,

la tierra estalle en un ruído sordo y hueco.

El ruído en la infantil plaza es mágico.

 Pone en pie a los vencidos niños

que emprenden nuevamente, uno a uno,

el juego lento e imprevisible de la vida.

Hoy la infantil plaza del recuerdo, la plazoleta,

permanece dormida y olvidada.

Bajo un manto sin vida

de negro asfalto,

yacen los recuerdos infantiles

a la espera de que el arqueólogo de la vida

los ponga al descubierto.

Con permiso de esa ley de protección de datos o algo asi …… voy a hacer una relación de todos aquellos que nacímos en ese año de 1946 y 47; hoy despúes de tantos años, no sabemos  qué fué de muchos de ellos; no sabemos el nombre de los que se fueron o incluso quienes casi no llegaron a vivir que no había ni penicilina para tantos; desconocemos el sufrimiento de muchos que tuvieron que volver a nacer en tierras extrañas. Poco a poco se han ido desdibujando sus caras de nuestra memoria aunque de vez en cuando aparecen nítidamente… A todos ellos nuestro recuerdo porque estoy seguro que habrán sabido contar a sus hijos y nietos aquellos años en que supimos vivir juntos, como haces de mies en las eras esparcidas de nuestro tiempo.

JESUS RINCON CARRANZAS JOSE ANTONIO PAVON TABASCO  JOSE MUÑOZ TORRES TIMOTEO RODRIGUEZ CUERVA FRANCISCO MUÑOZ MOLINA FRANCISCO DIAZ-PAVON MOLINA ALEJANDRO SANCHEZ MARTINEZ CARMEN OVIEDO GARCIA PACITO OCHOVO PATIÑO JUAN PABLO DIAZ-GALIANO TABASCO FRANCISCA MUÑOZ SANCHEZ ANTONIA OVIEDO RINCON FELIX PAVON PALANCAS TERESA OVIEDO CARRANZAS JOSE MOLINA HEBRERO GREGORIO REDONDO NAVARRO JUAN PABLO LUCAS MUÑOZ RODRIGUEZ MANUELA SANCHEZ LIGERO ANGEL VERBO GALLEGO PILAR VERBO GALLEGO EUGENIA NAVARRO FLORES DANIEL GARCIA-VERA CALCERRADA JESUS GONZALEZ NEGRILLO FRANCISCO HEREDIA CEBRIAN MARIA DEL PILAR MORCILLO BRAVO ANTONIO RODRIGUEZ MUÑOZ JUAN CRUZ OCHOVO DIAZ RAMONA MENCHERO PALMERO ANTONIO MENCHERO MUÑOZ  NATIVIDAD GALIANO FERNANDEZ ILUMINADA MARQUEZ GARCIA-FILOSO DOLORES SOSA GARCIA-FILOSO FELICIDAD DE JESUS ROMERO PRISCILA GOMEZ-LOBO DORAL JUAN ISIDRO PEREZ CUERVA SAGRARIO CHOCANO RUEDA SANTOS MARCHANTE TORRES PEDRO NAVAS RONCERO JOSEFA NUÑEZ MORENO RAMON MARCHANTE PATIÑO ISABEL MOLINA DIAZ-MORENO JOSE FERNANDEZ-PACHECO FERNANDEZ-ARROYO ANTONIO JULIAN LIGERO MOLINA CARLOS ASENJO MECO CESAREO MORENO URDA APOLINAR CUERVA MUÑOZ  APOLONIA ROJO RINCON CIRIACO PALMERO BRAVO ZENONA MENA OCHOVO CONSUELO GARCÍA-FILOSO LIGERO JUAN MANUEL CEBRIAN MENDEZ VICENTA FLORES ROMERO JULIAN MOLINA GALIANO SALVADOR MENCHERO JIMENEZ FLORENCIO SOLANO MENCHERO LUIS DE JESUS MUÑOZ MIGUEL ANGEL VELA TABASCO ANGEL LARA FLORES LUIS MUÑOZ PAVON MARIA VERBO PALANCAS MANUEL MOLINA GARCIA  JOSE ANTONIO RODRIGUEZ GARCIA ROSA NIEVES NEGRILLO MUÑOZ ALEJANDRO GIL FRAGUAS URSULA TORRES BARRAJON  EDUARDO SANCHEZ GOMEZ-LOBO ANGEL RODRIGUEZ ARCHIDONA FERNANDO MENDEZ SANCHEZ MARIA DEL PRADO GARCIA SORIANO AMPARO ASENJO DIAZ-PAVON ANTONIO GONZALEZ DEL REINO JOSE EUGENIO MASCARAQUE DORAL MARCELINO MAYORGA CALCERRADA MARIA DE LOS ANGELES GARCIA FLORES FRANCISCO GUTIERREZ MATEOS EUGENIA ROMERO GARCIA MARIA DE LA PAZ GARCIA HEREDIA MARIA DE LA PAZ PRADO GOMEZ VICTORIA MECO MOLINA MARIA NIEVES MECO MOLINA ANGEL LIGERO RODRIGUEZ BASILIO MARIBLANCA CAMUÑAS JOSE MARIA PAVON BUITRAGO MERCEDES VERA CALLEJAS MARIA DEL PILAR TAJUELO RODRIGUEZ ANGELES MATEOS MENCHERO MARIA DE LAS NIEVES PAVON MOLINA JUANA MARIA MORA ASENJO JESUS GARCIA-FILOSO RODRIGUEZ RAFAEL URDA CABALLERO MARIA GUILLERMA MASCARAQUE ALCAZAR CIRILA GALLEGO FLORES JUSTA MORALEDA GARRIDO ANTONIO TEODORO RONCERO RINCON VENTURA HEREDIA CABALLERO JOSEFA CARMENA CORDERO AMELIA TABASCO GALIANO BERNARDO DIAZ FERNANDEZ MARIA DEL CARMEN PRIVADO VERA  MARIA DE LA PAZ CAMACHO JIMENEZ JOSE ALCAZAR MOLINA FLORENTINA ROMERO CALCERRADA ASCENSION MENASALVAS CABALLERO JESUS RAMON DE LA CRUZ RONCERO GARCIA-FILOSO ANGELES SANCHEZ LIGERO PATROCINIA MARIBLANCA HEREDIA LUIS JUAN GARRIGOS PAVON ALFONSO GARRIDO MUÑOZ PILAR BRAVO MOLINA  PEDRO RUIZ MENASALVAS JUAN PALMERO SESMERO  MARIA JESUS GARCIA CASARRUBIOS  ANTONIA SANCHEZ TABASCO JOSE PALMERO ROMERO MARIA DEL CARMEN GOMEZ NOVALVOS MARIA MOLINA CHACON CARMEN DOTOR RODRIGUEZ  LUISA ALCAZAR NEGRILLO JACINTO CLEMENTE RECUERO ANGEL DORAL MATEOS  JOSE ADOLFO TABASCO GOMEZ-LOBO LEONCIA GARCIA FERNANDEZ FELIPE CAMACHO MATEOS JOSE ANTONIO ORTEGA GALIANO JOSE BERNARDO MONJE PRADO ANGELES ESTER CABALLERO PEREZ TOMAS DEL REINO MOLINA MARIA DEL ROSARIO HEREDIA TENDERO FRANCISCO MUÑOZ TORRES JAVIER CUERVA HEREDIA ADELAIDA RUIZ GALLEGO JOSEFA OVIEDO LORENTE FRANCISCO ROJO ROMERO  MARIA DE LOS DOLORES ISLA GUZMAN ADOLFO MUÑOZ LOPEZ SEBASTIAN MENA BRAVO BASILISA TORRES MENCHERO ALFONSO GOMEZ GARCIA DOMINGA BLAYA GALIANO ALFONSO GALIANO ROMERO MARIA DEL PILAR CABALLERO TABASCO JULIAN ALVARO GARCIA ANGEL MORCILLO BRAVO ANTONIO RODRIGUEZ PAVON MARCELINO TABASCO MATEOS PABLO CASTELLANOS GARCIA ISABEL CEBRIAN TABASCO JESUS MORENO MARCHANTE MARIA TERESA RINCON CARRANZA MARIA DE LA CONCEPCION RECUERO MORALES LUISA GOMEZ-LOBO MATEOS GUADALUPE ALMOGUERA GALLEGO JOSE MARIA MENCHERO DIAZ-FLORES JULIANA RODRIGUEZ PALMERO MATIAS MUÑOZ RINCON

 NOTAS:

(1) La casa de las «davisas»: Sagrario y Hortensia Serrano Gómez-Calcerrada, está situada en la calle Cervantes, esquina a la calle de El Monte; está calificada como bien de interés cultural a nivel local y en la actualidad su interior está dedicado a actividades de hostelería  y otros.

(2) Pernales (Victor Muñoz Ocaña). Mi padre. Siendo pequeño una mula le dió una patada en la frente y lo tuvieron que llevar al médico (no recuerdo su nombre) quien, mientras le cosia, al ver que no lloraba ni se quejaba, dijo: ¡Eres más duro que un pedernal!! De pedernal a pernal>pernales, un paso. Los apodos son una asignatura pendiente pero…

(3) Sabado de Paces. Era lo que se podía llamar un zafarrancho de limpieza. Muchas veces nada más terminar de limpiar los cristales llovía… Tiempo perdido.

(4) Aunque sea accidental quiero recordar, respecto al himno, que en una ocasión, ya algo mas mayores, se presentaron en las escuelas unos señores haciendo pruebas de voces, supongo que para que estudiasen, las mejores voces, en alguna escolanía, y lo curioso es que cuando pedían que cantasemos algo, más del 90 % de los chicos nos arrancábamos con el himno de la Virgen.

José Muñoz Torres, Cronista Oficial de la Villa.


2 respuestas a “COSAS DE LA NIÑEZ QUE NO SE OLVIDAN, por José Muñoz Torres.

  1. Amigo Pepe, he gozado mucho con este «poyete», «más que un tonto con una tiza» que dice el dicho. No sé si será mi tontería pero cuando se habla de la vida que te ha rodeado me enfrasco en ella queriendo exprimir los recuerdos y, sin llegar a ser exactamente como los tuyos ni expresados con tanta maestría, se me agolpan un montón de vivencias que si me cebara podría escribir de ellas un «poyetillo»: De las regañinas de las vecinas por hacer un «guá» para las bolas, de picar el suelo con los rejos de los trompos, de no parar de correr al «pillao» a las veinticinco, a las cuatro esquinas…

    Muchas gracias señor por refrescar la memoria con estas cosas, me he sentido muy a gusto leyéndolas.
    En la relación final de nombres de los nacidos en las años 1946 y 47 aparece el de mi hermano (está en color rosa) y sigue de ese mismo color una tal «Rosa» (del mismo color) seguida de «Nieves» (en negro) lo que creo que puede dar lugar a confusión. Tú verás si crees que debes modificar o dejarlo así.

    En los programas de festejos de «Paces», como sabes, he contado mis cosillas y algunas vivencias pero fue en los de San Juan del año 1989 y 1999 donde relaté mas cantidad seguidas de nuestros juegos de entonces en «Recordando con mi barrio».
    Lo dicho, amigo, repite cuando quieras de estos temas para que se me desaten los nudos de la memoria y goce como de niño revolcado en mis «historias».
    Hoy me he «pasao», perdona otro día recortaré.

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