HABLAR DEL DÍA DE SAN «ALIFONSO», UN 23 DE ENERO EN VILLARTA…. por José Muñoz Torres

Después de tantos años y de tanto hablar de «Paces» llegué a la conclusión de que hablar de «paces» es algo muy sencillo; describirlas  es tan fácil que ya prácticamente los nuevos medios de comunicación nos lo dan hecho. Escribes: «Paces» de Villarta y miles de imágenes llenan las pantallas de nuestros móviles u ordenadores. Las «Paces» son famosas, hablan de ellas por todas partes. Nunca nuestros antepasados pensarían que sus sencillas fiestas serían tan famosas… Otra cosa muy distinta es que aún en muchos lugares y para mucha gente, Villarta siga siendo un pueblo que está entre Manzanares y Puerto Lápice… Hablar de «paces», por tanto, es muy fácil; pero a la vez, sentir las «Paces», vivir las «Paces», es tan difícil que sólo los villarteros, -cada uno con un sentir distinto-, pueden expresar desde dentro sus más íntimos sentimientos, y disfrutar, soñar, recordar, sufrir, lo que ellos entienden por «Paces». Yo que tanto he hablado y recordado a mi abuela Josefa, motivadora de estos poyetes, nunca la recuerdo que me hablase de «Paces» y mucho menos de las suyas. Y seguro que las vivió y las sintió, las buenas  y las menos buenas que son, -quizás-, las mas fáciles y duras de recordar. Yo la recuerdo sentada junto a la chimenea preparando comidas de paces, de esas que podían guardarse para solventar visitas inesperadas  e imprevistas, lógicas de esos días de fiesta de un pequeño pueblo, comidas de «sequero», siempre a mano… No la oí nunca, nunca, hablarme de sus «Paces» (Alguien puede pensar que yo estaría pensando en las mías de niño, en algún caballito manual, en alguna golosina, en cualquier cosa. Pero no era ese mi caso. Yo era un niño muy casero y reconozco que tanto lo era que, -como algunos saben-, llegué a perderme en ¡mi pueblo!. Si perdido en la plaza de Cebollete y dando vueltas y vueltas, sin preguntar a nadie, hasta que encontré el camino de vuelta a casa) Quiero decir  que nunca la oí hablarme de sus «paces» no porque no estuviese atento a ella sino porque sus fiestas, al igual que la de muchos, eran íntimas y calladas, -que seguro que las tuvo-, pero que las regustaba, despacio y tranquilamente, como si se tratasen de una perrunilla o algún mantecado de entonces. A los villarteros no nos han enseñado a comprender las «paces», nos han enseñado a desearlas, vivirlas, mantenerlas y respetarlas. Por eso cada villartero tiene un recuerdo concreto de ellas, -tal vez intrascendente-, que todos los años, después de tanto tiempo, siempre recordamos. Yo recuerdo una imagen que, -valorada al cabo de tanto tiempo-, no es la más importante, ni mucho menos de mis paces, pero todos los años acude a mi memoria y a pesar de su pequeñez, no quiero que se borre. Recuerdo una noche fría de enero, cogido de la mano de mi madre, cruzando la carretera para ir a la novena que se hacía en la pequeña ermita de la Virgen, que quizás por su propia sencillez no supimos o no quisimos conservar. Y no recuerdo nada más, posiblemente el calor humano que envolvía la abarrotada ermita fuera suficiente para que me durmiera, pero no lo recuerdo, ni el camino de vuelta que, casi con toda seguridad sería en brazos de mi madre;  quizás sea el hecho de ser mi primer recuerdo cronológico de «Paces»,  lo que mi mente guarde como punto de partida. Luego se fueron amontonando, -y siguen amontonándose-, otros recuerdos de otras «Paces»: imborrables, inolvidables, compartidas, muy alegres algunas y muy tristres otras, algunas de ellas en la soledad de la lejanía, soñadas desde la distancia y vividas haciendo profesión de Villartero, junto a los que quieres….

Una vez más, las largas anochecidas de Villarta, -este año especialmente frías-,  están sirviendo para que, al ir o al salir de la novena, corrillos de amigos, -a pesar del frío-, sigan charlando sobre los quehaceres diarios, de algunas noticias o rumores que se inician con la cotidiana coletilla de estos días: «¿Sabéis que…?  y así, año tras año, como algo consustancial a  los villarteros que llenan de rumores, noticias o dudas las noches de enero y que los imprescindibles móviles, eficaces esparcidores de todas ellas, llevarán de norte a sur o de este a oeste, a cualquier villartero ausente que en estos días será especialmente recordado. En cualquier caso, este año, se han llevado «Las Paces» a las escuelas, hablándoles de sus orígenes, de su historia, a unos niños que a veces, con la boca abierta, se veían interesados en asumir  la importancia de sus fiestas y ser partícipes de ellas. Los aplausos son siempre bienvenidos pero el de los niños después de una hora hablando de Paces, lo recordaré mucho tiempo. Y este año también han llevado a los niños al campo para ver como se recoge la leña y sentirse empapados por el olor intenso del monte. ¿Y sabéis que este año tres niñas han rezado el rosario de la novena? Sus voces, este año han abierto la esperanza en nuestras celebraciones…

Pero además hay en nuestras fiestas un poco o un mucho de historia, según se mire. En 1369, terminada la guerra con sangre derramada de hermanos contra hermanos, empezó la paz. Quizás, también,  empezó el tímido inicio  otra época. El caso es que a través de un largo puente tendido sobre un anchuroso y encenagado Gigüela, la noticia del fin de la guerra llegó a Toledo y al poco tiempo por el mismo puente nos llegó la noticia de la creación de la fiesta. Y la nueva fiesta, establecida con el nombre de Santa María de la Paz, fué acogida por unos villarteros -que habían sufrido las calamidades causadas por la guerra entre los dos hermanos: Pedro I y Enrique de Trastámara- con un grito unánime: ¡Se han hecho las Paces!. Y sin pensarlo dos veces se pusieron en camino de una pequeña ermita situada en la dehesa de Villacentenos [extensísima dehesa que se dirigía al sur de nuestro pequeño pueblo, hacia Manzanares y desde Alcázar al Este hasta Arenas al Oeste] donde, de tarde en tarde, habían ido a ver a una humilde virgencita a pedirle por sus necesidades mientras recogían leña para sus hogares. Ese día, sin que ellos se dieran cuenta, se celebró la primera «novena», sin cura y sin predicador. Los villartertos no somos muy dados a guardar cosas de nuestra historia y, mucho menos, aquellos antepasados nuestros que lo único que hicieron es dar gracias a aquella Virgen a la que desde entonces llamaron Virgen de la Paz.

     Y desde esa fecha, Villarta ha vivido infinidad de «Paces». No una por año, sino una por cada uno de los villarteros que han sido y serán . Y esas fiestas, íntimas e individuales se unen junto a la Virgen de la Paz junto al fuego sagrado de la tradición que tiene siempre una principio y esperamos y deseamos que nunca tengan un final, pues no es obligado que lo tenga.

Esta, la de este «poyete» es una historia rápida de nuestras fiestas  que tiene muchos autores.

Sabemos que el domingo más proximo al 14 de enero, unas andas, pasa rápida por la carretera para dejarla dispuesta para la «bajada dela Virgen» desde su camarín hasta el altar. Y así es, como «de la noche a la mañana», unas mujeres, -camareras de la Virgen-, han colocado, esplendorosa, a su Patrona junto al altar para presidir las novenas; hace unos días, el domingo o el lunes, cerraron las puertas de la Iglesia para no ser molestadas y con emoción y calma se dispusieron a bajar a la Virgen de su camarín. Como todos los años, manos cuidadosas, revisaron el «joyero» de la Virgen. Es humilde, sencillo,…. Las joyas con que van a engalanarla, no tienen gran valor pero cada una de ellas recuerdan pequeñas cosas o historias de amor y de cariño. Por eso una mano elige un cordón en el que se engarzan alianzas y promesas de muchos  que se quisieron y que tanto amaron a su Virgen. Otras manos sujetan a su manto, con mucho cuidado, otros muchos recuerdos que le han ido regalando, especialmente sus hijas de Villarta.

Y por todas partes aparecen manos dispuestas y acostumbradas al trajín diario, manos con leves temblores de amor por tener tan cerca a la Madre. Poco a poco, casi sin querer terminar para estar mas tiempo cerca de ellas, las manos pausadas van engalanando a la Madre. Al final es coronada con estrellas de amor. Una mano de ternura, abierta y derramada, acaricia levemente sus cabellos. Ellas las camareras, un año más han cumplido su tarea y cerca, muy cerca de la Madre, sonríen. Luego, en su casa, mientras guardan el antiguo mandil que, quizas, ellas mismas bordaron dejan que las lágrimas se derramen lentamente por su rostro.

   Un año mas han cumplido lo que tantas otras hicieron durante cientos de años. Y el templo, lleno de claridad inusitada, lleno de calor, a pesar de ser enero, hará que brille la Madre, la Amiga: Nuestra Virgen de la Paz.

    Y sobre una escalera  de flores la Virgen espera ansiosa la visita de todos sus hijos en la noche del 14 de enero. Ese día, dentro en la sacristía, las monaguillas y los monaguillos, hace tiempo que, nerviososos, ya se han puesto las túnicas. En el mismo lugar los responsable de la Hermandad, no menos nerviosos que los monaguillos hablan con el predicador o predicadores. Mientras, el templo se ha ido llenando de villarteros espectantes. Están todos -que los ausentes están bien representados en el corazón de los presentes-  y todo lo que representan: la alegría, la familia, la esperanza puesta en ella, la emoción, el silencio, la sorpresa, la plegaria,…. Como decía el poeta villartero Alejandro Font:

«No hay palabras por decir, ni silencios que llenar. Es el sentir del sentir».

Se inicia el rosario y alguno de los que lo rezan, lo hacen pausadamente, lentamente….  Después, el predicador, sorprendido por tanto y tan visible amor, inicia su sermón. Una comunión generalizada nos va a llevar hacia el final de la novena. El párroco, en medio de un silencio mágico, proclama la plegaria heredada de padres a hijos:

«Santa María, Reina y Madre de los villarteros:
dinos al oído la palaabra que cada uno necesitamos:
humildad, fe, paciencia, castidad, alegría, confesión, caridad..
Ábrenos los deseos de tu corazón:
Inocencia de los niños, pureza de los jóvenes, generosidad de los casados,
elevación de los humildes, paz en las familias…..
¡Pide, señora. que hoy tus hijos de Villarta están por complacerte!….

A lo largo de esta oración y ante los deseos que el párroco transmite  a la Virgen de parte de los fieles, estos unánimes, contestan: «Virgen de la Paz: bendícenos, ampáranos, recíbenos».

Y tras un silencio total, en los que parece como si las peticiones de la Madre, se cruzasen con los asentimientos de los hijos, el pueblo estalla en sus cantos a la Madre. Todos de pie, con los ojos buscando los de la Virgen, entonan la Salve, lenta, pausada, interminable… Y ahí siguen todos. Mientras cantan el himno el pensamiento vuela hacia otros lugares, hacia otros tiempos…. Y cada uno de los presentes une a su corazón, los corazones de los que no pueden estar con ellos o de todos los que se les fueron para siempre. A un ¡Viva la Virgen de la Paz» impetuoso, sigue un viva clamoroso, unido y único.

         E inmediatamente salen a la calle. Cientos de móviles llevan el primer clamor de «Las Paces» a los ausentes. Voces emocionadas, cuentan a los lejanos, a los ausentes que ahora ya si que estamos en «Paces». La noche oscura y fría  se enciende de luz y calor. Desde su Iglesia, quizás añorando su sencilla ermita que estaba en el mismo lugar, la Virgen oye las primeras y sonoras oraciones, sin palabras,  de sus hijos de Villarta. Unos se recogen lentamente y otros, los leñeros, se preparan para traer la leña.

    Día 23 de enero. Hora indeterminada. Para los que fueron a por la leña es la hora del desayuno; para los que los esperan es casi la hora del aperitivo. De momento los remolques de leña ocupan toda la calle. Algunos antiguos leñeros son los primeros que han acudido. Están en grupillos, hablando, casi con toda seguridad, de sus otras paces, cuando eran más protagonistas. Y como siempre el dialogo empezará así:  «- Antes era otra cosa».

               Hoy no es día de cohetes, al menos a esta primera hora, pero en Villarta y en fiestas el cohete es el mejor medio de comunicación. Por la explosión del cohete y por la hora, todos podrán imaginarse que ya han llegado los leñeros. Al abrigo del frío y aprovechando un tímido sol de enero, el diálogo entre los leñeros abre espontáneos «corrillos» donde se cuentan mil y una aventuras de paces. A escasos metros de la plaza han dejado sus remolques. Son alrededor de las 11 de la mañana. Se acercan a la Plaza de la Ermita ( a la antigua plazuela de Nª Sª de la Paz) y allí de disponen a dar buena cuenta de una suculenta «caldereta» de cordero, como manda la tradición.

        Dentro de poco van a aparecer por el otro lado de la plaza, los personajes de la ofrenda floral y, al final de todos ellos, las reinas, damas, invitados y autoridades. Cuando termine la ofrenda será el momento justo de descargar la leña. Como, casi siempre, la reunión del cortejo va con algún retraso pero una vez organizados, por la calle Tercia irrumpen los gigantones manchegos a los que siguen los alborotados integrantes de Alborea:

Alguien escribió:

«En los ojos un destello que ilumina la mañana.
Envueltos en gegras capas los niños le llevan flores…
Y las niñas llevan flores a la Virgen de su alma.»

         Y sienten lo que  les dijo hace ya bastante tiempo, el poeta querido y recordado, José Pérez Archidona:

              ¡Qué preciosa estás mi niña!
               ¡Que preciosa vas manchega!
              El aire que vas dejando
                es tradición y es esencia.

La iglesia, con sus puertas abiertas de par en par, se llena toda de esperanza y alegría….. manchegas de pocos meses, manchegos que apenas andan, «cobeterillos» sin miedo ( al menos esta mañana)…. Un pueblo que rie o llora a los pies de su Señora. Poco a poco van entregando sus flores. Una mano pasa a otra el último clavel de la ofrenda para escribir el nombre de la Reina de Villarta: PAZ.

Terminada la ofrenda van a desarrollarse dos actos bien distintos y distantes. Hay que elegir porque los dos se van a desarrollar al mismo tiempo: O acompañamos a las autoridades al acto de proclamación de las reinas y al pregón de fiestas, o permanecemos en la plaza viendo como los «leñeros» vuelcan sus remolques de leña para terminar de formar la hoguera. A veces se elige ver algo de las dos cosas y, quizás,  se tiene suerte  de ver lo mejor de cada momento.

La banda de música  y la de tambores y cornetas inician su marcha hacia el salón, abriendo el camino a las reinas y autoridades. Luego en el salón presentaciones, palabras de autoridades, entregas de premios y discursos oficiales….. hasta que de pronto un villartero que vive en otras tierras y que añora antiguas «paces» sube al estrado a proclamar su pregón. Palabras entrecortadas, por la emoción, vivencias nunca olvidadas, recuerdos que permanecen dentro, muy dentro del alma. Y como diría Pérez Archidona:

» De orden de la autoridá,
se hace saber a las mozas
que flores hay en la Mancha
y ellas son las mas hermosas.
Y entre las mozas no están
todas las que se casaron
desde vendimias acá»

Y después del pregón las chicas y chicos de Alborea, salen a escena:

Los que tocan ( sienten para sus adentros):

«Dicen que no puede ser
hacer tres cosas a un tiempo;
Yo estoy tocando y cantando
y te estoy mirando atento»
(Canción popular)

Las que bailan se animan en sus revueltas como si oyeran la voz que dice:

Eres chiquita y bonita

y blanca como un lucero,

eres una candelita

en noches del mes de enero

cuando la luna se quita.

(Canción popular)

Alguien desde el salón sigue atento el baile

Sobre el escenario,
las chicas de Alborea,
mueven sus faldas de fiestas
al son de alguna rondeña.
Y en el aire se dibujan,
con sus airosas revueltas,
historias nunca olvidadas
de las «paces» villarteras.

Y termina la proclamación e inauguracion de fiestas, larga pero que se aguanta gustosa:

La despedida te echo,
que me voy, que tengo prisas,
que antes de una hora
tengo la misa de visperas.

        Mientras en la plaza de la Ermita llegan el momento emocionante de la descarga de la leña. De los escasos y viejos encinares han traido a la plaza la leña convertida en cumplimiento de agradecidas promesas. Y el aroma de los montes llena de fuertes olores la plaza. La Virgen, quizás, huela más facilmente los esfuerzos, los anhelos, los amores y el cariño de sus hijos de Villarta. Los que han permanecido atentos a la descarga, aplauden el trabajo de los leñeros. Y el más disconforme, dirá: «¡Este año es más pequeña!». Hay otra descarga sencilla que espera. Después de todo un año, Pacito, espera pacientemente. Es la gota de la tradición y cada una de estas gavillas serán el simbolo vivo de las miles de hogueras que Villarta ha ofrecido, amorosa, a su Virgen de la Paz. El ejemplo de Pacito, ahora con sus años y achaques a cuestas, lo siguen su familia y a otra hora más reposada han descargado sus gavillas y rápidos han ido a decirle a Pacito: » Ya hemos descargado las gavillas  y muchos nos han dado recuerdos para ti. Se acuerdan mucho de ti».

Y  comienza la tarde de Sa «Alifonso». Ha terminado la misa de visperas. Un año mas, la Virgen va a salir, a su pueblo, ante sus hijos. Mirando al cielo, las monaguillas se disponen a encabezar la procesión, precediendo al estandarte de la Virgen. Las fuerzas de orden públicointercambian opiniones,….la banda de música toma posición para el recorrido… el párroco, reinas, autoridades,… detrás de la Reina: ¡Y un pueblo apretado en torno a la Madre! (El ritual eclesiástico ordenaba que el día de la Vispera, la Virgen fuera llevada desde su pequeña ermita a la iglesia parroquial y allí celebrar su fiesta). Un inspirado poetqa de Villarta, Alejandro Font Blanco, escribió:

Antes de de seda fuera,
la Virgen vistió un manto 
de besos de villarteras.

Y hacia la vieja iglesia, por la calle de Postas, las peñas coheteras van abriéndole camino a la Virgen. La mirada atenta de un padre, repasa el primer lanzamiento de un hijo. Se pone el cohete en la tablilla, la mecha junto al cohete, se estira el brazo y una nueva joven promesa sube hasta el cielo. Dentro de poco la Virgen va a llegar a la carretera, junto al kiosko. Confluencia de calles y plazas; el pueblo se detiene para ver a su Reina. Un tímido sol de invierno en la tarde fría de enero da sus últimos brillos. Al fondo, la Virgen amorosa, complaciente, avanza unos pasos y se detiene. Alrededor,  en ventanas y balcones su imagen se repite en múltiples carteles. omo un ensayo de la gran procesión del día de la Virgen, algunas peñas disparan sus primeros cohetes. Al fondo de las ordenadas filas de la banda de música se ve a la Virgen…. poco después las puertas del viejo templo de Santa María la Mayor, se abren a la Virgen y los porteadores de las andas se agachan para que pueda pasar la imagen.

El pueblo con amor, coloca a la Madre en el centro y el viejo templo hermoseado recientemente por manos de villarteras y de su anterior párroco, D. Juan Carlos, se hace aún más sencillo, mas entrañable. Y todos mirando a su Virgen, entonan el viejo canto que aprendieron, cuando niños, del corazón de sus padres: «¡ Madre mía, luz y guia…!» Y entre vivas y aplausos, la Virgen, más cerca que nunca de sus hijos, sale de nuevo a la calle. Un antiguo y querido maestro de Villarta, Don Pablo Guzmán Cebrián, decia en su poema Tarde de San Ildefonso:

Después asomó la estrella,
amorosa, limpia, blanca
( 0asis en el azul)
ruborosas de añoranzas

y el ya citado Alejandro Font Blanco decía:

Cada docena es un ramo,
cada cohete una flor,
cada saco una plegaria,
cada traca una oración.
La pólvora es una poesía
para la Madre de Dios.

Como alcaldesa perpetua de la villa hace parada obligada junto a la casa Consistorial. El día 24, desde este mismo punto, se iniciará la puja de los brazos. Y ya, cerrando la tarde de San Ildefonso, la Virgen volverá a su ermita añorada, a su actual iglesia. Colocada prácticamente a los pies de su hijo crucuficado y de ese marido fiel y creyente con el que compartió su vida. El hijo, aunque está en la cruz, parece que abre mas los brazos para acercarse a Ella. Y María desde sus andas, estará con todos sus hijos, recibiendo las últimas promesas de todos aquellos que por su trabajo han llegado algo tarde a la cita, aunque durante todo el camino la sentían junto a ellos. Poco a poco, el templo se va quedando vacio; la Madre queda un momento sola, posiblemente Ella lo vuelva agradecer, porque necesita estar sola un breve instante para sonreir, para llorar en silencio, para sentir que sus hijos de Villarta, no la olvidan. 

El pueblo ha marchado un rato a la feria, a los caballitos, a los pocos puestos que están el Altillo, pero debe ser muy poco tiempo porque no hay tiempo. Ya la oscuridad del templo recobra la luz gracias a las llamaradas de amor de un pueblo. José Pérez Archidona nos dejó dicho:

Bajo un manto de luceros
quedó encendida en la noche
una promesa de fuego

Van a terminar las visperas pero antes el pueblo se ha acercado nuevamente a la plaza, recordando otros tiempos, viviendo los nuevos, se dispone a calentar la espera entrañable del día 24 que se va abriendo paso rápido en el deseo y pensar de los villarteros:

Noche de San Ildefonso
con resplandores de incendio,
yo convertiré tu plaza
en monumental brasero
para quemar de los montes
aromáticos inciensos

 

El pueblo junto a la hoguera se rencuentra con amigos. El frío del mes de enero ha huido de la plazuela. Las llamas ascienden, presurosas, caprichosas, hacia el cielo. «Mil bolliscas, encendidas sus alas de terciopelo se han prendido por los aires besadas del loco incendio» [JOSE PÉREZ ARCHIDONA]. y, poco a poco, al ritmo de la música de una sencilla banda, se va difuminando la hoguera en una larga llamarada llena de promesas.

Y termina el día eterno de San Ildefonso, deseando que pase pronto para ver la procesión del día 24 y rogando, al mismo tiempo, a que la noche sea larga, que no se pase la hoguera; que nuestros pies nos mantengan para hablar, mientras se quema, de tantas cosas pasadas, de las malas y las buenas y acordarnos de tantos como han estado en ellas y que ahora, arriba muy arriba, sientan como parte de nosotros suben hacia ellos confundidas con bolliscas y asi termina un «poyete» del que mi abuela Josefa nada me dijo pero que ahora podrá ver que me lo aprendí bien de su silencio.

Este año en una de las novenas, durante la comunión, se dejó oir una  oración cantada, con letra original de Ángel Rodriguez García, con la voz de Maria del Mar Padilla Clemente y el acompañamiento de guitarra de Raquel y Encarna. Dice así:

Aqui me tienes delante,
Madre de los villarteros,
para rezarte y cantarte
y decirle al mundo entero
que hoy me siento hija tuya,
y a Tí me doy por completo
Contemplado tu hermosura,
Virge de la Paz, piadosa,
con tu cara de dulzura
me haces sentir una cosa
que no se como expresarte
pero me siento dichosa.
Mil gracias a darte vengo,
Madre de Dios, en el cielo
por la familia que tengo;
por mis hijos los primeros,
por quien me quiere y yo quiero,
con amores verdaderos.
Atrás no puedo dejar
a los que vida me dieron,
que no me puedo quejar
de cómo me comprendieron
cuando lo psaba mal
y por mi se desvivieron.
Perdona, Virgen bonita,
por cantar mi pensamiento
ante tu imagen bendita,
si alguie se ofendió, lo siento,
que he querido recitar
con mi voz como instrumento.
Termino esta colombiana,
con gratitud y respeto,
por Ti, Virgen soberana,
por mi gente por completo
por quyien me pudo escuchar
que merecéis mi respeto.

En el silencio total del templo, ese cantar sintetizó lo que siente, lo que sueña, lo que quiere y no dice una mujer villartera.

Este «poyete» no lleva fotografías. La idea es que no haya ninguna imagen ajena a aquellas que cada uno conserva en sus recuerdos. Aquellas que mas que ninguna palabra, le van a venir a la mente recordando tantas y tantas «Paces» que nos van o nos vienen: tristes, alegres, graciosas, vividas. soñadas y sobre todo queridas.

Por cierto la Hermandad en el punto 9º de la asamblea general celebrada el 5 de enero pasado aprobó la celebración del Primer centenario de la Hermandad de la Virgen de la Paz. Entre ellas se acordó la creación de un Archivo fotográfico histórico. Para ello se solicita que toda persona que tenga fotografias antiguas de la Virgen o de sus fiestas, las hagan llegar a la Hermandad para poderlas digitalizar. Una vez obtenida la copia se devolverá el original al propietario. Sería interesante que cada foto fuese acompañada del mayor número de datos posible, al menos el nombre de los que en ellas aparezcan. Gracias a todos.

José Muñoz Torres, cronista oficial.

 

 

 

 

 

 


Una respuesta a “HABLAR DEL DÍA DE SAN «ALIFONSO», UN 23 DE ENERO EN VILLARTA…. por José Muñoz Torres

  1. Pepe, ni que decir tiene que me ha encantado este “poyete”, el texto me ha sonado, las más de las veces, a versos a los que se le podría imaginar una música susurrante de nuestras Paces para ser recitado en vuestro apartado literario de la Semana Cultural. Para haberlo escrito, o publicado, el día 22 de enero casi parece que lo hubieras hecho, a pesar de lo inseguro del tiempo, el día 24 de este 2020 (poco antes de las 5 de la tarde) salvo por alguna cosa como que: la banda de Cornetas y Tambores, este año, no ha salido, el kiosko cambió de nombre y el final de la procesión se resintió por el accidente fortuito que ocurrió y del que espero y deseo fervientemente que quede, para los afectados, en la mínima expresión.
    Por lo que respecta a los versos que has ido esparciendo entre el texto son preciosos y, en cuanto a la canción de María del Mar, el mérito principal es de ella. Muchas gracias.
    Saludos.

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